José Lafrentz no tiene la culpa de ser el hijo del presidente de Santiago Wanderers. No se le puede juzgar por esa condición. Es de cultura general que a los parientes no se los elige.
Jorge Lafrentz tampoco tiene la culpa de que a José le guste ponerse al arco. Nadie le puede criticar por actuar como facilitador del desarrollo profesional de su hijo. El amor paternal no tiene límites.
Como en las relaciones familiares no siempre es la razón lo que prima, para el presidente Lafrentz la presencia de su hijo en el primer equipo debió ser motivo de un tremendo orgullo. Claramente no hubo espacio para otro tipo de cálculo. Es sabido que las sociedades anónimas deportivas tienen esa ventaja para los propietarios. En el club los que mandan son ellos y siempre cabe la posibilidad de que se termine haciendo, por acción u omisión, lo que se cree que los dueños quieren. El riesgo lo corre el que se pone con las lucas, y lo que digan o piensen los demás queda a beneficio de inventario.
El punto crucial es que el arquero Lafrentz no ha mostrado un nivel satisfactorio como para jugar en la Primera División y que la mayor carta de presentación es la de ser el hijo de papá; entonces con el rendimiento y los resultados a cuesta, su titularidad en el arco de Wanderers de problema futbolístico ha pasado a transformarse en un conflicto institucional. Y lo que pudo ser un hecho anecdótico que solo tiene espacio en las notas al margen de un libro histórico, es hoy un drama de aquellos para los hinchas wanderinos que ya no saben a quién maldecir más, si al padre o al hijo.
Para peor, en Valparaíso ya nadie confía en que la meritocracia tuviese alguna consideración, dado el estado de situación. En otras palabras, que Lafrentz padre no hubiese presionado para que su hijo estuviera en el plantel y que Lafrentz hijo cumpliera todos los requisitos técnicos para reemplazar al lesionado Viana, ex arquero titular.
Cuesta creer que antes de que comenzara la expedición del portero en el arco del club que su padre preside, nadie con un mínimo sentido de la sensatez evaluara que Lafrentz hijo tenía muchísimo que perder y muy poco que ganar. Y que hasta en el menor de sus yerros, la familia comenzaría a sufrir lo indecible. Porque en el fútbol nadie está más cerca de la crueldad que un arquero. Sobre todo un arquero que ataja poco.