El padre de Llewyn Davis (Oscar Isaac) está en un asilo, ya no se puede limpiar solo y nadie sabe si conserva los sentidos y cuáles sentidos.
El viejo inmóvil y sentado en un sillón escucha la única ofrenda de su hijo, un intérprete de música folk: una canción.
Davis canta con voz melancólica y triste, y son letras que hablan de viajes y cruzar el país; también de silbidos, ilusiones y del soplo de la vida.
El veterano no tiene fuerzas como para decir algo de la canción o del hijo o de su talento o de su futuro, y solo da vuelta el rostro hacia una ventana, por donde ingresan los rayos de una luz mortecina.
Ni el viejo ni la película ni persona alguna pueden contarles al músico y al cantante cómo serán las cosas. No hay destino, ni símbolos ni ninguna luz que lo guíe. No hay oráculo para Llewyn Davis.
En The Gaslight Cafe, en 1961, y en el barrio de Greenwich Village, se presentan cantantes de música folk y lo hacen por la propina.
Llewyn Davis, como todos, espera el milagro, una señal y que aparezca un crítico, un contrato o que lo descubran; también busca razones de por qué su disco se ha vendido tan poco. Y si se lo enviaron al empresario Ben Grossman (F. Murray Abraham), abriga una esperanza: igual le llegó, lo escuchó, le gustó y quizás lo llame.
El cantante deambula entre una casa y otra, persigue a un gato y duerme de sofá en sofá.
Viaja en metro, bus y auto. Se mueve entre Nueva York y Chicago, con nieve y frío. Y Jean (Carey Mulligan), que fue el desliz de una noche, le dice lo que piensa en la cara: fracasado, perdedor; el resto es ira más grosería.
Esta es la biografía en un instante de un cantante que nunca existió; la película atrapa el aura de los 60 y en medio de la época, Llewyn Davis, que avanza a tientas y a ciegas por el universo del arte, la música, el triunfo y la gloria.
Los hermanos Joel y Ethan Coen filman las canciones con una justeza técnica impecable, a veces con humor y siempre con delicadeza y sensibilidad, pero esas descripciones son insuficientes, porque en las películas de los Coen hay algo más hondo e inescrutable.
Es un cine donde los personajes reconocen los límites de su existencia y se mueven por esos bordes.
Una frontera donde el ser humano se topa con su naturaleza mortal, inútil y pasajera.
Esta es la misión de Llewyn Davis, músico folk en los años 60: descubrir su condición humana, medir su talento y finalmente saber para qué llegó al mundo.
Su padre, ese viejo inmóvil y mudo sentado en un sillón, dobla el rostro y se concentra en la luz mortecina que anuncia su destino.
El sheriff de “Sin lugar para los débiles” (2007), hacia el final de la película, cuenta un sueño y dirige su mirada hacia un lugar parecido, en busca de alguna explicación.
La más desoladora de las respuestas, siempre será la primera opción: para nada.
Inside Llewyn Davis. EE.UU. 2013. Directores: Joel y Ethan Coen. Con: Oscar Isaac, Carey Mulligan, Justin Timberlake. 105 minutos. TE +7.