Carlos Iturra ha reunido en
Cuentos fantásticos un conjunto de relatos que nos incitan a alejarnos de nuestros ámbitos ordinarios de existencia a través de conflictos e imágenes que, no sé si voluntariamente o no, responden a las distintas y hasta contradictorias acepciones que recibe el adjetivo "fantástico". Se nos ofrece en este volumen desde historias donde las leyes de la razón son reemplazadas por la causalidad del azar y de lo que, ingenuamente diría Borges, llamamos casualidad -representación más bien mágica que fantástica de la realidad- hasta otras donde lo fantástico es entendido en su sentido más popular y superficial como equivalente de lo misterioso, lo siniestro o lo macabro. Entre ambos extremos también encuentran su lugar narraciones en que lo fantástico se identifica con lo extraño, lo maravilloso o lo que a veces se denomina como "historia alternativa". Pero a pesar de sus diferencias en lo que se refiere a la naturaleza de lo fantástico, como a la mayor o menor complejidad que poseen sus argumentos -hay cuentos de extensión considerable y otros bastante sencillos-, todos los relatos de Carlos Iturra nos sitúan en realidades ajenas al espacio de lo factual, de lo familiar y conocido.
Si aceptáramos que la interpretación fantástica consiste en presentar una realidad ambigua con el propósito de crear vacilación o inquietud en el destinatario, diría que solo los relatos "Un fantasma no sabe morir" y, sobre todo, "Demonios en San Diego" corresponden a esta modalidad de la ficción. El desenlace del primero provoca la duda sobre la realidad de un individuo irreparablemente dañado por un traumatismo encefalocraneano, mientras que el segundo conduce hacia un desenlace ambiguo desarrollando el motivo de la transmutación en la atmósfera siniestra característica de la literatura fantástica de terror. Pero a excepción de estos dos relatos, creo que el propósito que se percibe en el resto de las narraciones no responde tanto a provocar la duda o el sobresalto del lector, sino más bien su admiración frente al reverso maravilloso de lo normal, o a despertar su sorpresa debido a las extrañas causalidades a que responden a veces los comportamientos o que, en otros casos, permanecen ocultas bajo las formas de lo habitual. La preocupación por el arte como presencia mágica en lo cotidiano constituye, precisamente, uno de los motivos recurrentes en el volumen. En "Xavier vive y mata", por ejemplo, un admirador del poeta mexicano Xavier Villaurrutia acomoda su existencia a los versos de su poema "Cuando la tarde cierra sus ventanas remotas..." y en "El golfo en la pared", arte y artista devienen una misma realidad.
El cruce del umbral -o de la transmutación, como mencionaba más arriba-, ya sea en el espacio, en el tiempo o en el interior del individuo, es precisamente uno de los motivos que más se dejan notar en las narraciones de Carlos Iturra. Bajo distintas apariencias se encuentra, por ejemplo, en cuentos como "La curvatura del tiempo", "Los visitantes", "La posteridad de Shakespeare" y en "Nocturno del torturado", donde, al situarlo en dolorosos y tristemente conocidos episodios del pasado político chileno hace de este cuento uno de los mejores del volumen. La presencia de causalidades mágicas o extrañas aparece en cuentos como "El desenlace" o "La fortuna Correa Varas" y, asimismo, la preocupación metafísica, uno de los componentes fundamentales de lo que llamaríamos la "alta" narrativa de ficción científica, aparece también en relatos como "Por qué lo hiciste..." o en la historia alternativa "Z4".
En los cuentos de Iturra no se busca la espectacularidad de las situaciones, excepto en "Demonios en San Diego" que es, a mi juicio, el más débil del volumen. Lo diferente, la "otredad" de lo familiar, surge más bien de la participación que el narrador se reserva en la arquitectura de sus relatos para provocar una lectura sin sobresaltos, satisfactoria y entretenida.