Cinco días se demoró el chasqui boliviano Gregorio Collque en llevar la noticia desde Tacna a La Paz: ¡Los chilenos habían invadido Antofagasta! La sorpresa en Bolivia fue grande, porque las malas nuevas habían llegado en el momento menos oportuno. Las recientes sequías habían producido un grave desabastecimiento, con secuelas de hambrunas y pestes. No era tiempo para guerras. Además, ¿no había señalado 20 años antes el Ministro de RR.EE. chileno, Gerónimo Urmeneta, que "ningún Estado puede por su propia autoridad apropiarse territorios de otro o territorios cuyo dominio sea disputado"?
Para conocer la reacción de los bolivianos nada mejor que leer lo que decía "El Comercio de La Paz" al día siguiente de conocerse la noticia (28.2.79): si los chilenos tenían objeciones a los impuestos que había aplicado el gobierno boliviano a sus empresas, ¿por qué no recurrían a los arbitrajes previstos? En cambio, habían preferido seguir el camino de la conquista: ¡una conquista en pleno siglo XIX! A pesar de todo, el diario llamaba a prepararse para la guerra.
El resultado ya lo conocemos, y se ha vuelto a hacer presente en estos días, con el problema de la demanda boliviana en La Haya y las disputas entre los presidentes de ambos países.
La opinión mayoritaria en Chile resulta clara. No hay nada que discutir, porque cualquier disputa ya ha sido resuelta por el Tratado de 1904. A lo más, cabe negociar sobre facilidades aduaneras o un acceso preferente del vecino país a nuestros puertos. Bolivia culpa a la mediterraneidad (o sea a Chile) de todos sus problemas, pero olvida que hay países tan prósperos como Suiza o Austria que no tienen mar. Además, esas tierras han sido ganadas con la sangre de los chilenos, de modo que no hay razón para conversar sobre accesos soberanos al mar.
Esta aproximación tiene la ventaja retórica y el inconveniente político de transformar la cuestión en un asunto sagrado. Pero es una solución peligrosa, además de difícilmente sostenible desde un punto de vista racional. Es cierto que en esas arenas se derramó sangre chilena, pero ¿acaso los soldados bolivianos eran anémicos o no tenían sangre que derramar en los campos de batalla? La idea que subyace a ese argumento es que, en el fondo, nuestra sangre vale más que la de ellos. ¿Por qué? Por alguna razón misteriosa, o tal vez porque simplemente ganamos la guerra, y eso parece ser una prueba de que la justicia está de nuestra parte.
El tema del acceso al mar de Bolivia es, ciertamente, muy difícil. La historia no es tan clara como pretendía el diario "El Comercio", pues Chile propuso un arbitraje en 1878 para resolver el problema de los gravámenes a las compañías nacionales, pero fue rechazado. En todo caso, los historiadores tienen mucho trabajo por hacer.
Hay que lamentar, además, que no siempre nuestros vecinos hayan facilitado las cosas. El sentido común indicaría que los principales interesados en mantener óptimas relaciones deberían ser ellos. Entre otras cosas, deben convencer a la opinión pública chilena de la justicia de su causa (sin ese apoyo ciudadano ningún gobierno estará dispuesto a hacer la más mínima concesión). Ellos, por el contrario, rompieron unilateralmente las relaciones diplomáticas y no se ve que hagan un gran esfuerzo por restablecerlas. Con esto, dan argumentos a los chilenos que son partidarios de vivir como si Bolivia no existiera, que hasta ahora constituyen la mayoría de nuestros connacionales.
Hoy las cosas son más difíciles que en 1976, cuando Chile propuso infructuosamente darle un corredor en el extremo norte del país. En esa época, Chile estaba aislado, tenía problemas con Argentina y temía una agresión peruana. En ese contexto, hacía un excelente negocio al perder la frontera con Perú.
Hoy, nuestros vecinos del norte ya no son vistos como potenciales agresores, sino como socios importantes, y mantener la frontera con ellos tiene enormes ventajas políticas, económicas y culturales.
En todo caso, en nuestras relaciones con Bolivia no se trata simplemente de entender los artículos de los tratados que respaldan la situación actual, sino de entenderlos a ellos ("entender" no es lo mismo que aceptar todas y cada una de sus pretensiones). Porque si no hacemos un serio y doloroso esfuerzo por comprender lo que está detrás de la postura boliviana, si no nos damos cuenta de que su problema no es económico sino que afecta su alma más profunda, tendremos que seguir escuchando cantar a los Enanitos Verdes:
"Soy como un lamento
Lamento boliviano
Que un día empezó
Y no va a terminar".