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Cartas
Martes 21 de enero de 2014
Aclaración y excusa
Señor Director:
La edición de "El Mercurio" del sábado último publica extractos de mi intervención en un curso de formación del PPD. En la ocasión los medios pidieron un resumen de mi intervención por no tener acceso a la sala. Tamaña sorpresa me llevé al ver que "El Mercurio" incluyó también comentarios coloquiales que efectué en el diálogo final con los asistentes que creí privados. Estos últimos han suscitado polémica y duras cartas en su medio.
Parto por las excusas. Para ilustrar la falta de meritocracia en Chile, a mi juicio principal obstáculo para que alcancemos el desarrollo, relaté durante el citado diálogo ejemplos de mi experiencia en un colegio particular pagado. Pero la forma que usé para describir las ventajas que tienen los alumnos de estos colegios en su futuro laboral fue desafortunada y ofensiva. Señalé que algunos estudiantes siendo "idiotas" -que como se sabe significa ignorantes y despreocupados por los asuntos públicos- habían accedido, en función de sus redes y contactos, a cargos gerenciales con posterioridad.
En rigor dichas redes y contactos, en mi experiencia, permitieron a algunos de pobre rendimiento académico conseguir posteriormente niveles económicos más que satisfactorios. Esa no es solo mi experiencia, sino una verdad estadística irrefutable. Pero las palabras utilizadas tienen en su uso habitual una connotación peyorativa fuerte, generando indignación en algunos ex alumnos.
Durante toda mi vida pública me he esmerado en buscar consensos, en oír los argumentos de distintos sectores, en encontrar lo mejor de cada uno de ellos. Por eso me ha producido una profunda amargura verificar que en un momento de descuido de las formas hice precisamente lo contrario, sumándome quizás al fomento de la odiosidad y el desencuentro.
Quiero aclarar que nada de lo que dije puede interpretarse como una descalificación de la calidad de mi colegio. Por el contrario. A la conocida evidencia sobre el superior rendimiento de los colegios particulares pagados, donde el Verbo Divino destaca, la composición socioeconómica del alumnado de este colegio y otros similares hace que sus alumnos traigan redes y contactos desde sus hogares que solo acrecientan al compartir con sus pares. Quedan así con una ventaja significativa en el mercado laboral respecto del resto de los chilenos. Yo mismo fui beneficiario de aquello. Pero esta es una característica de la organización de la sociedad, la que obviamente no es responsabilidad del colegio.
Sin embargo nada contribuye más a asilar a las partes en posturas irreductibles, y así imposibilitar el entendimiento, que la descalificación. Haberme hecho parte de ella me duele tanto a mí como a los que se puedan haber sentido aludidos. A ellos les presento mis sinceras excusas. Solo como atenuante puedo decir que cuando se comparte habitualmente con los excluidos, a veces cuesta el protocolo.
Todo lo anterior no reniega en nada del sentido profundo de mis dichos. A través de la historia las élites, de cualquier orientación y linaje, han erigido barreras para defender sus privilegios, intentando a su vez transmitirlos por generaciones. Esto es particularmente marcado en Latinoamérica, como ha sido documentado copiosamente. Nuestro país tiene el desafío de derribar esas barreras si quiere seguir desarrollándose. Y, honestamente, creo que ello no emanará solo de una concesión graciosa de la élite, sino de una organización cada vez más compacta y responsable del resto para lograr espacios de nivelación de la cancha de oportunidades. Con todo, las descalificaciones y la odiosidad, como aquellas en las que yo incurrí por un momento, solo traban ese necesario proceso, pues es siempre importante apelar a las conciencias de aquellos que más tienen.
Nicolás Eyzaguirre