José Yuraszeck, el todopoderoso empresario que soñaba con ser presidente de la Universidad de Chile, está a punto de culminar su período. Asumió cuando el club de sus amores estaba en su mejor momento histórico: multicampeón local, con la Sudamericana conquistada, con las finanzas gordas y las ilusiones de grandeza renovadas.
Mucho de lo conseguido se debía precisamente a su gestión como presidente de la comisión de fútbol, pero con el poder total asegurado con sus alianzas accionarias y la compra de nuevas acciones, se pensó que su poder e influencia serían incontrarrestables a partir de aquel 11 de abril del 2012.
Nada de eso aconteció. Yuraszeck se marchará del club habiendo conquistado apenas una Copa Chile. Fue temprana y tristemente eliminado de la Copa Libertadores, presentó a tres técnicos en un breve período, despidió a dos de ellos (Franco y Figueroa) sin pena ni gloria y, ahora, a poco de su adiós, la sensación de interinato en que asume Cristián Romero obligará a sus sucesores a gastar otro semestre buscando una fórmula que le devuelva al club el brillo apabullante que lució en un pasado cercano, cuando Sampaoli, Markarián y Pelusso encumbraban al chuncho a alturas continentales.
En su gestión Yuraszeck presentó 22 contrataciones, varias de ellas figurando entre las más caras de la historia del fútbol chileno, y la lista abunda en decepciones más que en aciertos. Se vanaglorió de elegir por su cuenta y riesgo, sin asesorías ni requerimientos de orden técnico, y terminó siendo cuestionado no sólo por los hinchas, sino por el resto de la directiva y por su propio entrenador, perdiendo el pedestal de la infalibilidad al que se subió en las postrimerías del período Sampaoli, donde los azules contaban con la experticia de Sabino Aguad en la materia.
Pero sus mayores pecados no fueron esos, increíblemente. Costará olvidar que asumió prometiendo la construcción de un estadio y se va sin siquiera poner la primera piedra, ni tener el terreno, ni un plan definido. Es decir, erró por mucho.
Y segundo, llevó al club a todas las trincheras con costos inmensos. Con Colo Colo construyó una enemistad a punta de golpes empresariales audaces que hasta a sus amigos en esas lides les parecieron antiéticos. Y esta semana fue amonestado por un tribunal del fútbol de "faltar a la verdad" y de proferir "manifestaciones maliciosas, tendenciosas o insidiosas", lo que festejó como un triunfo, diciendo que era apenas "un tirón de orejas", haciendo gala de una falta de deportividad que ya había lucido en la arena financiera y política del país, lo que le valió la condena moral y pública, que a él pareció no dolerle demasiado.
Cuando entregue el poder, en pocas semanas más, no le habrá dado ni más éxitos, ni grandeza ni continuidad ni honor a la institución que encabezó. Y, objetivamente, podrá recordársele como un fanático apasionado, brioso y avasallador en la defensa de sus colores, pero tengo la seguridad de que esa no era la manera que buscaba para pasar a la historia.