El problema con las tendencias cinematográficas es que, una vez que "pasan de moda" es fácil perderles la pista. ¿Se acuerdan cuando la novedad del año era el cine iraní? ¿El rumano? ¿Los cineastas del Dogma? ¿En qué está toda esa gente ahora? Lo más probable es que haciendo más y más películas... pero nuestra atención ya está puesta en lo nuevo, en lo que vendrá.
Así ha ocurrido con los integrantes de la nueva ola taiwanesa, que se tomó por asalto los festivales a principios de la década pasada y luego quedó congelada en el tiempo con la muerte de Edward Yang en 2007 y la escasa productividad de Hou Hsiao-hsien. De ahí que la súbita aparición de Tsai Ming-liang -el cineasta que completa ese genial trío- en la programación 2014 del Festival de Cine UC, sea una buena noticia, casi un acontecimiento. Consagrado como uno de los cineastas más importantes de la década pasada, Tsai además es un caso único, ya que desde hace veinte años filma todas sus películas junto al mismo actor, Lee Kang-sheng, y se dedica a las andanzas de un mismo personaje: Hsiao-kang.
"Stray dogs" (2012), que será exhibida el 25 y 30 de enero, es la décima película de una serie que hace rato abandonó la continuidad y el tiempo cronológico: si las aventuras de Hsiao-kang habían empezado como las del Antoine Doinel creado por Truffaut -o sea, como el registro de un niño que poco a poco va convirtiéndose en hombre-, ahora tenemos delante algo más parecido a Charlie, el vagabundo imaginado por Chaplin: un personaje que es tanto disfraz como tipo humano; un sujeto inconfundible, pero al mismo tiempo alguien capaz de contener multitudes, tal como queda explicitada en esta fábula de "perros callejeros" a la que alude el título, y en la que el protagonista es un padre que cuida de sus dos pequeños hijos, con los que ha construido un improvisado hogar en un edificio abandonado.
Es inevitable que la miseria de Hsiao-kang recuerde a la que enfrentan otros padres cinematográficos, desesperados por el bienestar de sus hijos -Chaplin en "El pibe" (1921) o Will Smith, en "The Pursuit of Happyness" (2006)-, pero lo que desconcierta en este caso es que pudiendo apelar directo al melodrama los realizadores optan por el camino contrario: es la naturalidad -e inevitabilidad- de esta vida en la calle la que va empujando las cosas al extremo y más allá. Mientras los hijos circulan por la ciudad haciéndole el quite al frío y la lluvia (la hermana menor pasa sus tardes en el supermercado, el que casi se convierte en su patio de juegos), el padre trabaja sujetando letreros para una inmobiliaria en un cruce de autopistas urbanas. Los tres se reúnen al caer la noche para una apurada comida en un paradero, mientras los días se suman unos con otros, cada uno apenas distinto del otro.
No es que la película excluya por adelantado la posibilidad del cambio: basta mirar al fantasmal padre, situado en un lugar más allá de la derrota, para entender que -aunque este se produzca- lo hará en un lugar donde el tejido mismo de la sociedad, de la familia y los afectos, parece liquidado, reducido a escombros. La propia Taipei, que el director ha filmado con extraordinaria generosidad y maestría a lo largo de los años, esta vez se ve reducida a fragmentos: callejas anónimas, sitios eriazos, lugares intercambiables; al punto que la verdadera capital -y de paso, la vida y la felicidad de los otros- queda fuera de estas imágenes. Inalcanzable.
Stray Dogs
Director: Tsai Ming-liang.
Con: Lee Kang-sheng y Chen Shiang-chyi.
País: Taiwán-Francia, 2012.
Duración: 135 minutos.