El lobo de Wall Street es un torbellino fílmico, como muchas de las películas de Martin Scorsese. Su visualidad semeja un torbellino, en el cual ciertos momentos de suspensión, siempre asombrosos, permiten divisar la densidad del paisaje que se está acumulando.
Igual que en otras de sus obras más furiosas -Buenos muchachos, Casino, Cabo de miedo, Pandillas de Nueva York-, Scorsese estructura este relato en tres grandes segmentos: ascenso, gloria y caída. Es el formato de la tragedia griega, pero también de cierto relato católico donde la posibilidad del bien solo se asoma antes de sumirse en la perdición.
El protagonista es Jordan Belfort (Leonardo di Caprio), un sujeto procedente de la clase trabajadora que a los 22 años llega a trabajar en una corredora de valores de Nueva York. Su tarea se inicia el 18 de octubre de 1987, el "lunes negro" de la gran quiebra masiva de Wall Street. Belfort se hunde brevemente en la miseria, pero se propone resurgir reconvirtiendo a vendedores de marihuana en traficantes de acciones baratas.
A partir de este punto, la carrera de Belfort se convierte en una vorágine de dinero, lujos y placeres, empezando por las drogas y las prostitutas. Una parte relevante del metraje está dedicado al consumo de cocaína y pastillas y a las fiestas con mujeres de alquiler.
Esta es la película de ficción más larga de Scorsese. En el conjunto de su obra, solo la superan algunos documentales y, al parecer, hasta esa marca estuvo a punto de quedar atrás, porque el cineasta deseaba una versión de cuatro horas. Son muy raros los casos en que un metraje más extenso mejora una película, y en El lobo de Wall Street no hay trazas de que así podría ser. Las tres horas ya son recargadas, abrumadoras y a veces repetitivas.
Y la razón de esto es que Belfort, protagonista absoluto y excluyente dentro de una miríada de personajes, no muestra ningún signo de una condición humana que no sean la codicia y el exceso. Belfort está lejos de toda moral, dentro de un mundo donde esa palabra carece de sentido, pero, en un paso más allá de Buenos muchachos o Casino, esta vez la corrupción lo ha invadido todo, hasta el punto de que varios de los momentos de castigo más salvaje parecen parte de una comedia negra.
"Donde hay exceso, hay peligro", dijo alguna vez Scorsese. La pasión por estos dramas hace de él un cineasta expresionista. A pesar de la calidad documental con que trata los momentos más cargados de información -y a pesar de que esta vez se basa en un personaje real-, Scorsese trabaja entre fuerzas más grandes que la vida, impulsos que desbordan la razón, la moral y la integridad humana, aunque al mismo tiempo construyen la historia. Belfort puede ser impredecible, pero como personaje es un acorazado, un epítome del capitalismo moderno.
El lobo de Wall Street no es la mejor obra de Scorsese, pero es una gran película, intensa, avasalladora, envolvente, que confirma la posición magisterial que ya ocupa en la historia del cine.
THE WOLF OF WALL STREET. Dirección: Martin Scorsese. Con: Leonardo di Caprio, Jonah Hill, Margot Robbie, Matthew McConaughey, Rob Reiner. 180 minutos.