Señor Director:
En relación con la
columna de los señores Catalina Siles, José Tomás Henríquez y Nicolás León publicada ayer, me permito aclarar algunas cuestiones sobre su visión sobreideologizada del AVP.
La idea de legislar sobre las uniones de hecho lleva más de una década. En 2003, el Movilh presentó el primer proyecto con el respaldo de varios parlamentarios, buscando dar estabilidad jurídica a millones de chilenos que por alguna razón decidieron no contraer matrimonio. De ahí que este proyecto no sea una improvisación, como sugieren los articulistas, sino la cristalización de una necesidad social evidente.
Para su tranquilidad, el AVP no creará una situación de familia distinta, sino que regularizará a las que existen actualmente. Este dato es mayor, pues si algo tiene el proyecto de ley en trámite es sentido de realidad. Y la realidad de una familia constituida de hecho es que hay en ella tanto amor, tanta estabilidad y tanto afán de trascendencia como en cualquier familia matrimonial.
Respecto del posible debilitamiento del matrimonio producto de la aprobación del AVP, Siles, Henríquez y León sobreestiman la institución del matrimonio al considerarlo un bien en sí mismo y no un instrumento regulatorio. Precisamente cuando se toma al matrimonio como un ente absoluto, es cuando las parejas dejan de utilizarlo como medio y comienzan las uniones de hecho. El matrimonio es importante, claro, pero no es la consumación máxima de la estabilidad familiar, pues esta depende de las relaciones de los individuos en su interior y no del tipo de contrato que las regule.
Cada chileno sabe el tipo de familia que quiere formar, pero sobre todo el tipo de estatuto legal que quiere que lo rija. Nosotros pensamos que son dos los más idóneos: Un AVP perfeccionado por la vía de las indicaciones y el matrimonio, incluido el igualitario. No es rol del Estado promover uno u otro, sino proveer tipos de regulación que se ajusten a las diversas realidades familiares.
Jaime Parada HoylVocero del Movilh