Curioso que a Scorsese hoy lo estén criticando por las mismas cosas que alguna vez le celebraron sin parar: su capacidad para el desborde y el exceso, su energía superlativa, su pasión por personajes plagados de fisuras e imperfecciones. Así, "El lobo de Wall Street" -su nueva película, abundante en todas esas cualidades y muchas, muchas otras- estaría pasada de revoluciones, corriendo como caballo loco durante tres horas ante una audiencia que la mira con la boca abierta, sorprendida de ver tanta locura, vicio e inmundicia concentrados en una sola función.
¿Y qué más querían? Mal que mal, se trata de la verdadera historia de un broker de Wall Street, Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio, extraordinario), que durante los años 90 escaló hasta el tope de la cadena alimenticia valiéndose de todos los trucos sucios del negocio bursátil, pero que en vez de celebrar la codicia con frialdad y distancia como su héroe -el ficticio Gordon Gekko, creado por Oliver Stone-, se refocila en ella junto a sus secuaces, financiando para sí una interminable seguidilla de fiestas, correrías y escapadas: un festín que, entre las drogas consumidas, el sexo consumado y las víctimas (económicas) esparcidas en el camino, solo cabría calificar de bacanal romana.
Razón entonces tienen los críticos estadounidenses, quienes fueron los primeros en calificar a "El lobo..." como el "Satiricón de Scorsese", en alusión al infame libro de Petronio y a la estrafalaria cinta de Fellini, pero también mirando hacia el punto de origen de una fiesta financiera que parecía imparable hasta que se detuvo violentamente en septiembre de 2008, con bombásticas consecuencias para su país y la economía internacional. Claro que, al contrario de filmes bienintencionados y comedidos como "Margin Call" (2011), que al intentar ofrecer una respuesta coherente a la debacle se encuentran con un abismo de sinrazones, esta fábula no pretende arroparse de juicios morales, condenas verbales o moralejas narrativas: el Belfort de DiCaprio -demoníaco, desaforado y sobrehumano, tan hijo del actor como de su director- no tiene el menor uso para ellas. Quebranta la ley porque quiere. Se aprovecha del prójimo porque puede. Su hambre no viene alimentada por el deseo de revancha, ni por la inseguridad, ni por la lucha alguna de clases. Su voracidad no es ni más ni menos que la del sistema; sus impulsos, los que dicta para sí; sus límites, los que impone su desbocada, incontrolable y diabólica imaginación.
Puesto de esa forma, el pantagruélico Belfort no sería muy distinto a otras criaturas de Scorsese, poseídas por una ansiedad devoradora -gente como Jake La Motta en "Toro Salvaje" (1980), Howard Hughes en "El aviador" (2004), o Elia Kazan en "A letter to Elia" (2010); los tres, por cierto, personajes reales-; pero mientras los demonios de estos se percibían dolorosamente internos y personales, vueltos sobre sí mismos, los de Belfort dan la cara al viento, tal como la película misma, embebida de una furiosa vocación pública, de una mirada hacia afuera que el solipsista Scorsese de "Taxi Driver" no habría sabido controlar.
Es en las imágenes de ese "afuera", con su miniimperio reducido a despojos, y su historia convertida en titular de tabloide, en chiste cruel, que el auge y caída de Belfort se contrasta por fin de cara a las vidas de la gente común y corriente. Es en este punto -cuando los sueños desaforados de este criminal se recortan contra la dignidad de los otros, contra su gris día a día- que "El lobo de Wall Street" se completa como espantosa pero atractiva pesadilla diurna. Una que los realizadores elaboraron con total abandono, conscientes de estar recreando una realidad que se te escapa de las manos, dejándote a veces en shock , pero siempre ávido por más y más.
El lobo de Wall StreetDirección: Martin Scorsese.
Con: Leonardo DiCaprio y Jonah Hill.
País: Estados Unidos, 2013.
Duración: 179 minutos.