Hay señales de inquietud en los mercados. Sube el dólar y baja la Bolsa. Los temores en parte provienen del exterior y afectan también a otras economías emergentes. Pero ello parece agravado en Chile por el ingreso en escena de un personaje ausente por décadas: la incertidumbre institucional.
Michelle Bachelet encabeza a distancia la carrera presidencial. En la elección parlamentaria su coalición ha amasado una mayoría suficiente para aprobar buena parte de las reformas constitucionales y legales que propugna. La Concertación gobernó con éxito, y por 20 años, bajo el predicamento de que las demandas de la ciudadanía podían ser atendidas progresivamente en una economía que avanza a buen tranco. Derrotada en las urnas cuatro años atrás por una coalición que ofreció creíblemente acelerar la marcha, ahora propone un camino muy diferente. Abraza la fórmula ya tantas veces fracasada en América Latina de hacer creer al electorado que sus principales dificultades y aspiraciones serán satisfechas rehaciendo la Constitución, incrementando el poder del Gobierno y aumentando el gasto público.
De resultar Bachelet vencedora, contaría en el Congreso con los votos necesarios para, por ejemplo, alzar los impuestos sobre todas las empresas y endurecer la legislación laboral. Con la ayuda de unos pocos parlamentarios más, podría modificar el régimen de propiedad minera y alterar el grado de autonomía que otorga al Banco Central su ley orgánica, intención que, veladamente, insinúa su programa de gobierno. Incluso la existencia de leyes de quórum calificado —que dan estabilidad a esas y otras instituciones— podría estar amenazada. La incertidumbre institucional que ello acarrearía causaría daño económico y social, como ya sugieren los mercados.
Pero no se justifica el derrotismo. No es claro que la opinión pública haya optado mayoritariamente por abandonar la ruta de paz y progreso por la que ha marchado Chile durante más de dos décadas. Los resultados electorales del pasado 17 de noviembre están muy influidos por la popularidad personal de la ex Presidenta. La representación obtenida por la Nueva Mayoría ha sido favorecida —¡oh, paradoja!— por el aborrecido sistema binominal de elecciones. En una economía tan abierta y tan flexible como la nuestra, la intención de aplicar a rajatabla el programa propuesto podría causar un rápido deterioro del clima económico, social y político. La candidata de la Alianza, Evelyn Matthei, cuyo programa ha sido ampliado con una treintena de atractivas nuevas medidas, debe llevar al electorado a pensarlo dos veces antes de aventurarse por el camino de la izquierda.