Es mi convicción que la próxima Presidenta de la República será Michelle Bachelet, y la única duda que permanece es la abstención en la segunda vuelta y el porcentaje de triunfo de la Nueva Mayoría.
El principal desafío del talento político de la próxima administración es cómo conducir un gobierno de una Nueva Mayoría, caracterizado por una amplia base política y social en una sociedad con creciente conciencia de sus demandas y, en consecuencia, con altísimas expectativas con respecto a la labor del próximo gobierno. Resolver ese dilema requiere necesariamente unidad en la coalición gobernante que les dé gobernabilidad a las transformaciones que el programa enuncia. La unidad entre el Gobierno, los partidos de la Nueva Mayoría y su expresión parlamentaria tiene que construirse sobre la base del respeto irrestricto a la propuesta programática que se le hizo al país y que la mayoría ciudadana con su voto ha respaldado en las primarias de la Nueva Mayoría, en la primera vuelta presidencial, en los resultados de la elección parlamentaria y, sin duda, como lo mencionamos más arriba, en el resultado de la segunda vuelta presidencial.
La relación entre estos tres actores —es decir, Gobierno, partidos, Parlamento— tiene que abordarse desde la mutua responsabilidad y solidaridad entre las partes para cumplir dicho programa. La gobernabilidad de la próxima administración estará dada precisamente por el cumplimiento de la unidad mencionada. Las amenazas a la unidad y gobernabilidad se posicionarán, eventualmente, en el frente interno y en el externo, refiriéndome en este último aspecto a la derecha. En lo interno, la amenaza es el “discolaje”, en la cual la Concertación obtuvo un “doctorado”. Tuvimos “discolaje” de izquierda, centro y derecha. Recordemos al “discolaje” de izquierda, cuyos emblemas fueron Carlos Ominami, Marco Enríquez-Ominami, Alejandro Navarro y Jorge Arrate; por la derecha, Schaulsohn y Flores; y por la centroderecha, Adolfo Zaldívar y sus seguidores. El “discolaje” no ha muerto, ha surgido un “neo discolaje” frente al programa de la Nueva Mayoría. Las declaraciones de José de Gregorio contra la base de la reforma educacional, que es la educación gratuita, y la entrevista a mi ex colega José Miguel Insulza, en que cuestiona la gratuidad de la educación y además la necesidad de una nueva Constitución, constituyen buenos ejemplos del “neo discolaje”.
La otra amenaza para la unidad de la Nueva Mayoría es el resurgimiento de los poderes fácticos en la coalición que gobernará. Lo vivimos con un “partido fantasma”, que fue Expansiva, que fuera de toda formalidad institucional logró una gran influencia en el gobierno anterior. Expansiva ha desaparecido, pero podría haber nuevos actores que intentaran reproducir ese poder fáctico, hoy día en condiciones mucho más adversas para tales propósitos; pero de igual manera hay que estar atentos.
La otra gran amenaza es la conducta de la derecha. Hay una derecha que ya entró en la campaña del terror y de la ingobernabilidad. Para tales efectos basta leer las columnas en este mismo diario del ex presidente de la Sofofa y uno de los principales conspiradores contra el Presidente Allende, Orlando Sáenz, así como la conferencia de Lucía Santa Cruz en el “cuartel general” de la derecha económica —es decir, Libertad y Desarrollo—, donde el lenguaje de la guerra fría anuncia apocalípticamente que el gobierno de Bachelet, de acuerdo a su programa, nos conduciría “al socialismo”.
Frente a estas amenazas, la conducción política del próximo gobierno debe preservar a todo evento la unidad entre La Moneda, los partidos de la Nueva Mayoría y su representación parlamentaria, respetando y haciendo cumplir el programa que satisface en forma gradual las demandas de la mayoría ciudadana, único elemento para darle gobernabilidad al país hacia tiempos mejores, más libres y más justos.