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Editorial
Miércoles 20 de noviembre de 2013
¿Funa al Simce?
Los presupuestos educacionales han registrado en los más diversos países incrementos significativos (Chile no es la excepción) y es necesario supervisar el efecto que está teniendo ese gasto...
La crítica liviana a las pruebas Simce ha sido compartida irreflexivamente por estudiantes de algunos liceos tradicionales, que han venido postulando no rendir el Simce de los segundos medios que se aplica hoy en todo el país, para evaluar las áreas de matemáticas y lenguaje. Inicialmente parecía que un número significativo de alumnos se iba a plegar a esta protesta. Sin embargo, en los últimos días se ha diluido, ya que importantes beneficios para la comunidad educativa van asociados a un buen desempeño en estas pruebas. Si no se rinde el examen, esos beneficios se pierden.
Pero hay razones más de fondo para rendirla: ella entrega información valiosa sobre sus desempeños a todos los establecimientos participantes, que promueven un proceso de discusión y aprendizaje internos para mejorar las estrategias pedagógicas. No es casual que en los últimos años se esté observando un debate más rico sobre los resultados, y se aprecia una tendencia al mejoramiento de los aprendizajes. Los propios estudiantes son los principales beneficiados por estos instrumentos que se aplican regularmente desde 1995. Antes se habían aplicado en algunos años en la década de 1980. Y como esa información es pública, hace posible una reflexión sobre los resultados e involucra a las familias en ese debate, lo cual es positivo.
Muchos países tienen exámenes parecidos. Algunos cuentan con evidencia muestral; es decir, seleccionan un grupo aleatorio de colegios para observar las grandes tendencias nacionales, o hacen evaluaciones que quedan solo en manos de los planteles y se orientan a actividades formativas del respectivo cuerpo docente. Cada uno de estos caminos tiene ventajas y desventajas. Sin embargo, la sociedad moderna requiere grados mayores de transparencia, y la tendencia parece orientarse a evaluar el desempeño de todos los colegios y hacer públicos los exámenes. En Chile tiene una especial justificación, pues se observa una enorme heterogeneidad en los logros de liceos y colegios, aun después de controlar por variables socioeconómicas.
Se afirma que el Simce causa estigmatizaciones, excesivo entrenamiento en desmedro de una experiencia educacional más integral, demasiada movilidad entre establecimientos y perjuicio a la educación pública. Estos cuestionamientos no tienen fundamento plausible y se basan en evidencia, a lo más, anecdótica. Se olvida que no es una prueba de altas consecuencias para los estudiantes o los establecimientos. Además, su divulgación ha mostrado que, contrariamente a los prejuicios, hay establecimientos públicos de buen desempeño, entre los que se cuentan los liceos tradicionales. Probablemente, sin información estos perderían matrícula, como ha sucedido con otros colegios municipales.
La presión por terminar con las pruebas estandarizadas se ha observado en muchas naciones, pero los propios estudiantes y, sobre todo, sus familias han sido grandes opositores a esas medidas. Tienen mucha razón, porque los presupuestos educacionales han registrado en los más diversos países incrementos significativos (Chile no es la excepción) y es necesario supervisar el efecto que está teniendo ese gasto.
La opacidad que significaría el término del Simce o su reemplazo por una prueba muestral supondría transferir injustificadamente poder para elegir el establecimiento de sus hijos desde los padres a un grupo de expertos y a autoridades educacionales, que podría experimentar con las más variadas propuestas educacionales sin someterse al escrutinio público de transparentar los desempeños educativos de nuestros estudiantes. Los principales perjudicados serían los propios alumnos que equivocadamente cuestionan esta prueba estandarizada. Es importante, pues, que rindan hoy el Simce.