Habrá segunda vuelta. Ese es el hecho político más contundente del día de ayer. Mientras Evelyn Matthei logró su meta de extender la campaña y ganarse un espacio para defender —cara a cara— su proyecto para Chile, Michelle Bachelet no consiguió su objetivo de finiquitar aquí la carrera y evitar esa confrontación de ideas. Comienza entonces una nueva etapa.
No puede desconocerse que, aunque inferior a lo que se había propuesto, Michelle Bachelet ha obtenido un resultado muy contundente. Pero ni su votación ni la de su lista parlamentaria reflejan la avalancha esperada ni sustentan la hipótesis de que Chile inicia un nuevo ciclo de transformaciones profundas.
A Evelyn Matthei no le será fácil remontar la diferencia que las separa. Pero la candidatura de la Nueva Mayoría ha alimentado expectativas y demandas que, de resultar elegida, le serán difíciles de administrar. Nueva Constitución para hacer al Estado responsable del bienestar de cada cual, educación gratuita universal, impuestazo que se supone no daña, son todas promesas que encierran un riesgo de desestabilización política y económica. La campaña de Matthei habrá de destacar las diferencias que la separan de ese proyecto y denunciar la amenaza contra las libertades que provienen del estatismo emergente.
Objetivamente, la Alianza ha recibido una votación insatisfactoria. Pero la segunda vuelta le proporciona una oportunidad para hablarles a los seis millones de votantes que no acudieron a las urnas —pensando tal vez que la victoria de Bachelet era segura— y que valoran el camino del progreso económico y social que ofrece la Alianza. Una oportunidad para ampliar su convocatoria, apelando a los jóvenes y otros grupos con un discurso más amplio, que recoja mejor el proyecto de una centroderecha abierta y dialogante, partidaria de la libertad en todos los campos y capaz de impulsar un veloz desarrollo económico y social. Muchos de los que se inclinaron por los candidatos que no pasaron a la segunda vuelta han de sentirse atraídos por ese proyecto. La victoria del Presidente Piñera cuatro años atrás se nutrió de esos votos.
Es una paradoja que pese a que el primer gobierno de la Alianza concluye con una muy exitosa cosecha de resultados económicos y sociales, su votación ha sido decepcionante. La falla parece haber sido de índole política. Por razones que ya habrá tiempo de estudiar, el Gobierno no logró infundir en su coalición el entusiasmo necesario en torno al programa, no consiguió imprimir a su empeño modernizador un sentido más amplio que la mera estadística económica y no logró convencer al electorado de que los macizos avances en materia de crecimiento, emprendimiento y empleo son fruto de las políticas aplicadas.
La segunda vuelta es una oportunidad para corregir esas deficiencias. Con el respaldo que le otorga su buena gestión de gobierno, la Coalición debe reunir sus fuerzas, tender puentes hacia sectores aledaños, dar más nitidez a su mensaje y mostrar más convicción en sus principios y prioridades.
Juan Andrés Fontaine