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Editorial
Jueves 07 de noviembre de 2013
A la hora del balance en las urnas
¿Por qué entonces la indiferencia electoral ante la opción de un segundo gobierno de la Alianza? Tal vez porque el Gobierno no ha sabido conectar esos resultados con sus propias acciones...
Parece lógico que en el momento de sufragar, los votantes se pregunten si están hoy mejor o peor que al término del gobierno anterior, encabezado por quien es hoy la principal candidata de oposición. Llama la atención que, aunque la gestión del primer gobierno de la Alianza haya cosechado muy importantes logros en lo económico y lo social, según las encuestas, la candidata oficialista no logre captar suficiente apoyo popular.
La lista de las realizaciones del Gobierno es impresionante. Aunque últimamente la economía se ha desacelerado, el crecimiento promedio del cuatrienio se estima será de alrededor de 5,5% anual, considerablemente superior al 3,3% del período anterior. A diferencia de entonces, esta vez la inflación se ha mantenido por debajo del objetivo del 3%, de modo que no ha sido necesario que el Banco Central suba drásticamente la tasa de interés, como ocurrió en 2007, cuando la inflación se empinó a casi 10%. De hecho, últimamente la autoridad monetaria ha rebajado los intereses.
Como resultado de la expansión de la economía, la creación de empleos ha alcanzado un ritmo récord; el desempleo se sitúa a su nivel más bajo en más de 20 años; los salarios reales crecen con vigor; los presupuestos fiscales en educación, salud, vivienda y otros programas sociales se benefician de la mayor recaudación tributaria; la pobreza disminuye, y probablemente también la desigualdad.
La coalición de gobierno parece haber fallado en transmitir a la opinión pública que estos logros económicos y sociales son, al menos en parte, resultado de su gestión y estarían por tanto en riesgo si la Concertación —unida ahora al PC— volviera al poder. Invitado a un debate televisivo nocturno, el domingo pasado, el Presidente Piñera, con la impecable argumentación de un doctor en economía, demostró que el buen desempeño de la economía nacional no puede atribuirse a una mejoría externa. Sostuvo que bajo su gobierno Chile ha crecido más rápido que el promedio mundial y latinoamericano, mientras que en la Presidencia de Bachelet sucedía al revés. Es cierto que el precio del cobre ha sido alto, pero los mayores costos en la industria del cobre han neutralizado ese factor. En su opinión, nuestra expansión económica —afectada también por el terremoto y el esfuerzo de la reconstrucción— se explica por adecuadas políticas macro y microeconómicas, entre las que destacó la Agenda de Impulso Competitivo, las facilidades para crear empresas y los estímulos a la innovación.
¿Por qué entonces la indiferencia electoral ante la opción de un segundo gobierno de la Alianza? Tal vez porque el Gobierno no ha sabido conectar esos resultados con sus propias acciones. Las convicciones que inspiran su programa con frecuencia aparecen confundidas con consideraciones de mera buena gestión, o directamente disimuladas para apaciguar a la oposición. Ha validado alzas de impuestos y aumentos de regulaciones que antes repudiaba. Consciente de sus costos políticos, ha dejado mucho de la agenda pro competitividad a medio camino y ha eludido las reformas más profundas para destrabar los cuellos de botella que en materia de energía, infraestructura y mercado laboral pueden terminar frenando el crecimiento. Está en lo cierto el Presidente en cuanto a que su gobierno inicialmente desató una ola de buenas expectativas, de creación de empresas, de inversiones nacionales y extranjeras, de mejoramientos de productividad. Pero la duración de ese impulso depende de la concreción de los anuncios y los planes pro crecimiento. A ojos de los votantes, tal vez ni la coalición de gobierno ni el bloque opositor den hoy suficientes garantías de su compromiso con un desarrollo acelerado como el que vislumbraron cuatro años atrás.