Don Gonzalo:
Ayer se cumplieron cuatro años de su partida. Lo recordamos siempre. Últimamente en reiteradas ocasiones, porque estamos en tiempo de elecciones y hay temas “en debate” sobre los cuales usted escribió columnas durante 16 años en el vespertino “La Segunda”: educación, pobreza y familia fueron sus predilectos. Sobre educación, calculo a la rápida un centenar, incluyendo la última.
El principal asunto que hoy preocupa es el financiamiento de ella. Asunto sobre el cual usted fue machacón: “El 90% de la enseñanza básica y media en Chile es gratuita y la financia exclusivamente el Estado mediante recursos públicos”, aporte que siempre encontró “mediocre, si no malo”, y sostuvo que mientras existiese ese nivel de financiamiento no podía esperarse una educación “mínimamente aceptable”. Tal era el comienzo de cualquier plan al respecto. ¿Recuerda cuando se congratulaba porque la subvención mínima iba en alza y, aunque lenta, era prueba de que la idea “ha ido penetrando en los cerebros” (2008)? Bueno, hay avances. Los cerebros quieren inyectar “chorros” de recursos.
Sin embargo, alcanzar una educación de calidad —hoy proclamada a voz en cuello— no se logra solo gastando mayores recursos, y lo primero que debía hacerse, a su parecer, es “gastar bien”. Gestión difícil, como aseguraba, cuando hay intereses partidistas de por medio. Sin embargo, habría que solucionar problemas de fondo, complejos, que implican modificaciones en el engranaje educacional público. Un engranaje —lo conoció de sobra— montado durante décadas.
En una ocasión subrayó medidas positivas implementadas en su último tiempo (2002), pero indicó otras negativas aún existentes, que conspiraban contra cualquier posibilidad de éxito. ¿Le menciono una que otra? Lo más comentado fueron los contenidos mínimos obligatorios (las materias que el ministerio sindica como indispensables de aprender). Los encontraba una “catástrofe, como lo puede asegurar cualquier profesor y director de colegio, por su indebida extensión, complejidad y detalles, que impiden pasarlos adecuadamente en el tiempo disponible. Toda clase de materias, inútiles y prescindibles”. Añadía su ejemplo estrella: exigir a los alumnos en 2º y 3º Medio estudiar inmensos períodos de la historia de Chile y universal. ¿La consecuencia palmaria? Los malos resultados en la PSU, prueba que pregunta especialmente contenidos (2009).?
Otro lastre, el Estatuto Docente, pues norma aspectos administrativos y formales del docente, pero olvida algunos cruciales. El botón de muestra: “no considera los conocimientos de la asignatura del docente evaluado, solo destrezas para enseñar”. Escasa utilidad, dijo: “En 6 años de aplicación se había despedido a 60 profesores de 45.000”.
Amén de sus dudas sobre aplicación de “la jornada escolar completa”, cito una más, de su lista de críticas. El “centralismo” e “intervencionismo”. La máquina estatal burocrática, “una maraña inextricable de entes reguladores y controladores”, que terminan por ahogar toda educación. “El estatismo en la docencia” (2008).
Sobre estos tópicos, señor, no hay propuestas. Peor —y no debiera contarle—: viene más burocracia. Se cree que la solución llegará con más dinero y la calidad de la enseñanza, por añadidura. Si aún estuviera con nosotros, presumo seguiría escéptico. Por 30 años fundó y mantuvo colegios para niños pobres (como su esposa y familia, todavía), empeñado en conseguir aportes. Sabía mucho de educación; escribió sobre el tema hasta el cansancio. Usted mismo llegó a decir que le aburría, “porque no verán mis ojos ningún progreso en la enseñanza”. ¿Que cuándo lo verá el país? Lo lamento, no sabría calcular el plazo.