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Editorial
Domingo 20 de octubre de 2013
Lo económico y social sí, ¿y la política?
El ministro de Hacienda hizo una síntesis de las excelentes cifras económicas logradas por el actual gobierno y de sus consecuencias sociales, ambas injustamente valoradas —como si hubieran caído del cielo, y no obtenidas por un esfuerzo de gestión—.
En Enade, el ministro de Hacienda hizo una síntesis de las excelentes cifras económicas logradas por el actual gobierno y de sus sugerentes consecuencias sociales, injustamente valoradas las primeras —como si hubieran caído del cielo, y no obtenidas por un esfuerzo de gestión— y desconocidos también los cambios sociales por la gran masa ciudadana.
Observó Felipe Larraín que tenemos el desempleo más bajo en 30 años (en 2009 había 688 mil desempleados, hoy hay 470 mil) y el mayor salario mínimo en Iberoamérica —superando los “modelos” argentino y venezolano—; suben en 3% las remuneraciones reales; reduciremos de 3,1% a 1% el déficit que recibió esta administración; en nivel de eficiencia económica, pasamos del 40° al 13° lugar en el mundo; hay casi 23 mil millones de dólares colocados en fondos soberanos. Mientras la primera colocación de deuda chilena en el exterior, por Irisarri, en 1822, fue al 10%, hoy lo ha sido al 2,379%. Chile sigue mejorando en clasificación de riesgo; estamos creciendo 2,5% más que en el gobierno de Bachelet, y 1,7% más que el mundo, básicamente porque la inversión está hoy en 13,6% y el consumo en 8%. Y, contradiciendo la creencia de que todo esto obedece a los altos precios del cobre, probó con cifras que el mayor crecimiento económico aportó 16.400 millones de dólares adicionales en 4 años —más allá de la bonanza de aquel, que en realidad se dio durante el gobierno anterior, y habiendo sido la minería el sector que menos creció en este período—.
Como consecuencia, tenemos últimamente un estimulante resultado social en los indicadores clásicos en los que el país ya venía progresando aceleradamente en los últimos 40 años —disminución de la mortalidad infantil, aumento de los años de educación y de los apoyos a la misma (123 mil becas en 2009, 314 mil en 2013, y en el Presupuesto 2014 se prevén 380 mil), y alza de las expectativas de vida (hoy es superior en un puesto del ranking a EE.UU.)—.
La incomprensión de estos resultados fue en cierto modo recogida por la intervención del Presidente Piñera en el mismo encuentro empresarial, que tuvo a la presidenta comunista de la CUT como expositora destacada. Así, el Mandatario exteriorizó su temor de que en el país se repita lo ocurrido en el reciente partido de fútbol Chile-Colombia, con un primer tiempo brillante, seguido de un segundo muy negativo, que nos haga retroceder a la mediocridad del subdesarrollo anterior.
La fase decisiva de la campaña
Lo anterior contribuye a explicar que, por primera vez en comparación con las tres últimas contiendas presidenciales, la centroderecha no tenga aún una posición competitiva pareja con Evelyn Matthei frente a Michelle Bachelet, que aparece como favorita, en un ambiente que contagia a algunos dirigentes de la Alianza. Es evidente la responsabilidad del Gobierno, el que, tras muchos logros —sumados %a la reconstrucción del país luego del 27-F—, debería prolongarse en forma natural y con facilidad, como ocurrió con los tres primeros gobiernos de la Concertación. Sin embargo, su gestión política —largamente desvaída al comienzo— ha estado marcada por autogoles, pérdidas de identidad y poca noción de la importancia de una gestión mayor que 4 años. El sueño de 2017 para el actual Presidente, propagado por corifeos de palacio e incluso por ministros como el de Salud, debilita a la candidata a la cual el Gobierno quiere apoyar. Lo primero que exige un apoyo efectivo es materializar en la coalición de gobierno un clima de unidad y mística, lo que difícilmente se logra si algunos parlamentarios y dirigentes —que tratan por todos los medios de vincularse más personalmente a Piñera— invocan banderas de una “nueva” derecha descalificadora de la actual, que es la realidad de dos partidos que por algo figuran hoy entre los más grandes de Chile.
No solo estos, sino todos los partidos deben vigorizarse porque son indispensables para el funcionamiento democrático, pero lo cierto es que todas las colectividades se siguen debilitando, desgastadas en cambios y leyes electorales hasta ahora de dudoso resultado en participación cívica. Si ellos se socavan —como ha ocurrido en otros países del continente—, las puertas quedan abiertas para populismos y caudillismos que tarde o temprano concluyen dañando al país. De allí la enorme ambigüedad y populismo que aflora en los debates presidenciales, y la fundada inquietud por ideologismos que no se aterrizan en contornos claros, pero que hacen decaer el espíritu de emprendimiento.
En Enade, los empresarios dieron indicios de inquietud por el nuevo cuadro en que se desenvuelve la política actual, y lo expresado por los presidentes de la CPC y de la Sofofa así parece denotarlo. Ellos son parte gravitante de la sociedad, pero en las últimas décadas han hecho contribuciones escasas para hacer comprender al grueso de la población los beneficios del sistema en que se apoya su buen pie actual. Lo dijo con sencillez un columnista: el consumismo fue muy por delante de la educación, con las consecuencias de insatisfacción que hoy se ven.
Tampoco parece comprenderlo la universidad, que en materia de gestión social se mantiene al margen del debate, sin aportar el flujo de su variado pensamiento del más alto nivel. Y tampoco los sindicatos han mostrado signos de modernización de conceptos y estilos, y eso probablemente explica que ellos no hayan aumentado su participación, como lo observó, también en Enade, la presidenta de la CUT, Bárbara Figueroa.
Quizá el debilitamiento de la asociatividad en nuestro país que muestran las encuestas explique en parte este ausentismo de instancias antes tan determinantes en nuestra vida pública, con inevitable empobrecimiento de la misma.x