Durante los cinco años que Alfonso Cuarón se zambulló en la producción y rodaje de “Gravity”, los rumores arreciaron: que el realizador mexicano iba a filmar en largas tomas sin cortes (lo que resultó cierto), que recrearía la sensación de cero gravedad del espacio (cierto, también) y que su ambición era crear algo comparable a la legendaria “2001”. Y aunque haya algunos apresurándose a celebrar la conquista de esos objetivos, habría que advertir que —al contrario del clásico de Kubrick— esta película no busca preguntarse sobre el origen ni el destino de la humanidad. Si hay algo a lo que “Gravity” se parece es a lo que tipos como Spielberg tenían en mente cuando concibieron “Tiburón”: una historia muy simple, contada con el mayor impacto posible.
Tal como en el cuentito del comisario que se sube al bote pescador para liquidar al tiburón blanco, la cinta de Cuarón se disfruta al máximo, en la medida que aceptamos su semejanza a una montaña rusa, un mecanismo para generar adrenalina: dos astronautas (George Clooney y Sandra Bullock) finalizan sus reparaciones en el telescopio Hubble cuando desde la Tierra les advierten que ellos y su nave serán impactados por una lluvia de desecho orbital. Lo que sigue es la catástrofe y un desesperado intento por buscar una cápsula de regreso, un impulso que agotará hasta el último segundo de un metraje que no pretende gastar energía en flashbacks, diálogos de relleno y excusas que nos distraigan de esta fábula de supervivencia. Estamos en las antípodas de Peter Jackson, “El Hobbit” y del “cuánto más largo, mejor”: en apenas 90 minutos y orbitando en torno a una grandiosa e indiferente Tierra, los náufragos de Cuarón corren contra el tiempo y los obstáculos, sin tener el menor momento para preguntarse acerca de la condición humana, porque —en el fondo— están siendo víctimas de las limitaciones de esta. Aquí y ahora.
Cuarón, junto a su extendido equipo de cineastas y animadores, extrema más aún esa impresión al usar a la doctora Stone (Bullock) como el foco de atención, filmando muchas de sus secuencias desde la primera persona; lo que —sumado a la extrema claridad de su imagen digital y al formato 3D— transmiten la persistente sensación de estar dentro de un costoso simulador espacial o, más interesante aún: la idea de formar parte de un videojuego colectivo en el que Bullock y, por extensión, la audiencia, van solucionando pruebas y dificultades antes que el oxígeno de su tanque se acabe y sobrevenga el game over.
Dicho esto, ¿califica “Gravity” dentro de lo que en el siglo pasado se consideraba como cine de entretención? ¿O es una nueva variante, en un mundo post Avatar? De lo que sí hay certeza es de su cercano parentesco con las atracciones de parque: un paseo audiovisual donde el sacudón es tal, que te subes y bajas sin saber muy bien qué pasó ni cómo llegaste a destino. Única certeza: a la salida, tus niveles de adrenalina estarán altos. Muy.
Quien busque en el filme otra clase de intensidad, sutileza o revelación, mejor que vuelva a repetirse, sin culpas, su copia de “2001”. A su manera, la fascinación que la atractiva “Gravity” crea en el público recuerda al impacto conseguido en su época por algo como “Psicosis” (1960): más allá de la perfección y el formalismo de ambas, en caliente, son sus brutales pulsiones e instintos los que cuentan. Entretenimiento primal, de ardiente combustión. Que lo de Cuarón se encuentre a años luz del clásico de Hitchcock, es —para estos efectos— harina de otro costal.