“No estoy de acuerdo, ni nuestra comisión, ni nuestros expertos, con los liceos de excelencia. Creemos que hay que trabajar para que todas las escuelas y liceos sean de excelencia”, ha declarado la candidata de la centroizquierda. Su principal asesora educacional los condena por segregar. Que luego su comando, ante la desazón de los profesores y apoderados de los 60 liceos Bicentenario, se haya apurado a negar toda intención de clausurarlos no es suficiente para desmentir el peor temor que despierta el afán igualitarista en boga: que como es imposible generalizar la excelencia, terminemos emparejando hacia abajo.
Los liceos de excelencia surgieron del gobierno del Presidente Piñera para revitalizar la decaída educación pública. Los conforman profesores y apoderados comprometidos con la excelencia académica, están localizados a lo largo de todo Chile —algunos en barrios vulnerables— y sus primeros resultados son auspiciosos. Obviamente, prefieren a los alumnos más promisorios cuando hay insuficientes vacantes y les imponen estrictas exigencias de buen desempeño. Como ocurre con los llamados “liceos emblemáticos”, la idea es que sean un polo de atracción de los mejores, estimulen el rendimiento escolar de todos los interesados en acceder y faciliten esa movilidad social que tanto nos hace falta. Bien pueden estos liceos ser complementados con otros que aspiren a la excelencia tecnológica, artística o deportiva. A la diversidad debería apuntar nuestro supuestamente descentralizado sistema de educación.
Es cierto que hay un debate acerca del llamado “efecto pares”, según el cual sería favorable entremezclar alumnos talentosos con los que no lo son tanto, para beneficio de estos últimos. Pero aunque tal efecto se demostrase válido, no se sigue de allí que habría que sacrificar el futuro de los mejores. La preocupación por que nadie se quede atrás es válida, requiere atención y financiamiento especial, pero no debe procurarse al costo de hacer a todos correr más lento.
La señal emitida por la candidata de la Nueva Mayoría es preocupante. Se agrega a otras de similar inspiración, como prohibir el financiamiento compartido de las escuelas subvencionadas, que otorga a los padres el elemental derecho de aportar recursos para una mejor formación de sus hijos. No se trata tan solo de preferir una u otra fórmula educacional. Hay en ello una opción ideológica que contraviene los fundamentos de libertad y competencia sobre los que se sustenta nuestro ordenamiento económico y social.