¿Es ridícula o tonta —como parece— la decisión de un juez de aceptar que se suspenda un procedimiento penal a cambio de realizar actividades de promoción de una asamblea constituyente?
En octubre del año 2011, Mariano Rendón, un activista de espíritu religioso que no sabe de dudas, decidió, junto a un puñado de seguidores, ocupar el ex Congreso e interrumpir la sesión que allí se realizaba. A él y a su grupo lo animaba, según declaró, el anhelo de profundizar la democracia y promover un plebiscito, única forma, dijo entonces, de lograr cambios sociales de verdad.
¿Fue sancionado?
No.
Rendón —quien hoy postula al Senado— alcanzó un acuerdo con la fiscalía. Convino realizar una actividad cívica como forma de reparar su conducta. ¿Cuál? Promover la asamblea constituyente y la campaña Marca tu Voto. El juez de garantía aprobó el acuerdo. En su opinión, la actividad de promover esa asamblea se condecía con el “actual momento histórico” y con el rechazo, insinuó, “a la dictadura más cruel que ha enfrentado nuestra república”.
¿Decidió bien el juez o se está en presencia de un exceso de su parte?
Aparentemente, el juez cometió un severo error. Rendón es candidato al Senado y partidario de una asamblea constituyente. Aceptar que eluda una sanción a cambio de hacer lo que, de todas maneras voluntariamente haría, parece una burla. Fue lo que dijo Andrés Chadwick: esto equivale a que me sancionaran, ejemplificó, condenándome a hablar bien del gobierno.
¿Tiene razón Chadwick?
Solo a medias.
A veces la decisión final que adopta un juez puede ser correcta; aunque las razones que esgrime, malas o deficientes.
Este es uno de esos casos.
Que Rendón deba predicar a favor de la asamblea constituyente (o de cualquier otra cosa), procurando persuadir a los ciudadanos, pacíficamente y sin coaccionarlos, es una manera de enseñarle que actos como el que ejecutó en el Congreso Nacional no son admisibles en una democracia. En una democracia, todas las ideas son admitidas al debate —incluida la que por octubre del año 2011 promovía Rendón: que la clase política no servía para nada—, a condición de que se promuevan mediante el diálogo o la propaganda, pero sin echar mano a la coacción o a la amenaza como a la que recurrió Rendón hace dos años.
La decisión del juez es correcta: enseña a Rendón que no son los fines lo que la democracia rechaza, sino los medios. No lo que él propone (la asamblea) sino el medio que utilizó (la ocupación coactiva del Congreso). Por eso lo manda a promover lo que cree; pero por los medios que la democracia admite.
Así, que Rendón deba sustituir el fervor que lo anima por la actividad civilizada y pacífica de repartir panfletos, es toda una lección cívica para él y todos quienes se ven tentados a pensar que basta tener fe en algo, en la asamblea constituyente o cualquier cosa, para que todos los medios resulten legítimos. Ver ahora a Rendón en el Paseo Ahumada, como vendedor ambulante, repartiendo inocentes panfletos e intentando persuadir a los transeúntes, no está mal. Es una lección para quien presumía de heroísmo cívico luego de haber interrumpido el funcionamiento de una institución democrática.
Así entonces, el juez tomó una decisión correcta al aprobar ese acuerdo.
Lo hizo sin embargo por malas razones.
El juez dijo que aprobaba la medida acordada por la fiscalía, porque ella era “perfectamente coherente con el proceso histórico que viene viviendo el país en el último tiempo”.
Esa declaración del juez es inaceptable.
Hacer coincidir una decisión judicial con lo que se supone es el “proceso histórico” es un despropósito mayúsculo. No es posible saber cuál es el sentido de la historia y menos todavía si una petición política (como la de la asamblea constituyente) está alineada con ella. Esgrimir el “proceso histórico” como fuente de una decisión judicial es lo más descabellado —y peligroso— que se ha oído el último tiempo: y es dudoso, además, que un juez de garantía triunfe allí donde Hegel, el gran auscultador de la historia, fracasó.
Y para qué decir la referencia a la dictadura: envuelve un defecto de modales cívicos, como es el caso de Rendón, con un aura de dignidad histórica que no merece.
No cabe duda.
Se pueden decidir cosas sensatas diciendo tonterías.
Parece que el fervor apocalíptico y la creencia de que hay tiempos radicalmente nuevos a la vuelta de la esquina están infectando también a los jueces.