Nunca antes Chile ha estado tan cerca y al mismo tiempo tan lejos de cruzar el umbral del desarrollo, al rozar un ingreso per cápita de US$ 20 mil, lo que convierte a nuestro país en la primera nación latinoamericana en lograrlo. Sin embargo, en los últimos meses, Chile ha frenado su velocidad crucero en la autopista del progreso al conducir con el ojo puesto en el espejo retrovisor y revivir el pasado que incita un viraje brusco a la izquierda y la amenaza de un retroceso por un camino de piedras y polvo, en un intento costoso de satisfacer a una masa enfurecida, que no se siente partícipe del progreso, por falta de educación y capacitación en esta era del conocimiento.
¿Cómo se explica esta frustración crónica que el país ha debido enfrentar? En Chile, el consumismo llegó antes que la educación, y esta combinación perversa explica toda la frustración de una clase media que subió rápidamente, pero sin educación. La fórmula consumismo + creditismo - educasión (con s) = frustración, explica en gran medida la situación vulnerable y frustrante del chileno de hoy, presa fácil del populismo político. Pero no podemos gobernar para la calle y con la calle, que clama por más derechos sin mayores obligaciones.
Entretanto, la productividad de Chile ha caído 11 lugares desde 2004 (está en el lugar 33), mientras el consumo se ha disparado en ese mismo período. Chile produce US$ 19 por hora, comparado con US$ 60 promedio de los países de la OCDE. Es decir, nuestra productividad es un tercio de la de nuestros socios y nuestro patrón de consumo es similar. Nuestro país produce por cinco millones de personas equivalentes a la OCDE, ¡y consume por 41 millones!
Chile lo ha hecho muy bien en lo económico, pues nadie puede poner en duda que el país ha crecido a una velocidad mayor que el crecimiento mundial en 1,5 puntos anuales en los últimos tres años, y este lo haremos a 4,5%, mientras el mundo lo hará solo al 2,9%, manteniéndose la ventaja global. Sin embargo, el problema de Chile no es económico, como lo ha demostrado en los últimos años; el problema es sociológico, y afecta a la sociedad, el trabajo y la familia, pilares del futuro bienestar y progreso sostenido del país. Un problema económico se arregla en un par de años, mientras que un problema sociológico se soluciona en generaciones.
Hoy, el 70% de los estudiantes de la educación superior es de primera generación, pero el mercado no requiere solo estudiantes universitarios, algunos de dudosa calidad, sino técnicos, como en Alemania, donde hay dos técnicos por cada universitario, a diferencia de Chile, que tiene dos universitarios por cada técnico.
Falta sincronizar el progreso económico acelerado con el lento desarrollo del capital humano requerido. De acuerdo con el nuevo índice del Foro Económico Mundial, Chile se ubica en el lugar 36, entre 122 países, en ranking de capital humano, donde el pilar "educación" fue el peor evaluado y quedó en el puesto 49.
El siglo XXI crecerá a través de la productividad e innovación, y no del empleo. Sin embargo, a medida que nos acercamos al umbral del desarrollo, nuestro potencial de crecimiento disminuye, pues el aumento del empleo es cada vez menor en una situación de plena ocupación. El Gobierno ha creado más de 800 mil nuevos empleos, incorporando a mujeres y jóvenes que por primera vez ingresan al mercado laboral, bajando la tasa de desempleo a 5,7 %. Por lo tanto, el futuro crecimiento de Chile dependerá casi exclusivamente de la productividad, lo cual demanda desafíos gigantes de capital humano, la materia prima esencial para circular en la autopista del progreso.
Mientras, la crisis de educación ha disparado otras crisis, aun más sensibles para el futuro del país, como son las crisis de confianza, crisis de valores y crisis de familia, con tasas de natalidad sin precedentes de 1,8 hijos por pareja, y el 67 % de estos hijos nacidos fuera del matrimonio, una nueva realidad que nos coloca en el primer lugar del mundo y en segundo lugar en individualismo, según el último estudio de la Universidad de Sussex, Reino Unido.
No existe gobierno alguno que pueda satisfacer las nuevas exigencias de esta clase media en auge a la misma velocidad con que se generan, ni gobierno que pueda sobrevivir a la furia de una clase media próspera que ve que su situación desmejora. La frustración es imparable en la transición de un país emergente a uno desarrollado, a pesar de que el capitalismo sigue siendo el único modelo que ha demostrado ser capaz de lograr el progreso y bienestar de las naciones. Sin embargo, si la frustración no se aborda y volvemos a sufrir otra crisis y recaída como la de 2008, el contrato social entre el sistema capitalista y la ciudadanía se romperá con resultados impredecibles.
El nombre del juego es crecer y crear riqueza, y no distribuir pobreza. Lo que queremos es un país sin pobres, no uno sin ricos. Y si se sigue despreciando a los empresarios y emprendedores -la columna vertebral de la economía-, veremos menos inversión, menos innovación y menor crecimiento integral. La desigualdad debe mejorar, pero jamás se puede eliminar, pues el ser humano es desigual por naturaleza y, por lo tanto, no podemos esperar que ella se suprima por decreto y ya. Solo podemos aumentar las oportunidades de igualdad y ello se está haciendo.
Hoy, el mañana es impredecible, y de ahí que la mejor forma de enfrentar el futuro sea crearlo. El peor enemigo del porvenir es el populismo del pasado. El 17 de noviembre, Chile deberá decidir entre seguir por la autopista del progreso o mirar solo por el espejo retrovisor en el umbral del desarrollo.
Hans EbenEx Presidente de Icare