¿Por qué será que la derecha y la izquierda recordaron el triunfo del No de hace veinticinco años?
Los seres humanos no recuerdan por simple delectación con el ayer. Lo hacen para orientarse, alcanzar el sosiego y definirse a sí mismos. La memoria, individual o colectiva, nunca es una vuelta al pasado: siempre es un esfuerzo por revisar la identidad presente.
Y eso es lo que le ocurre a ambos sectores políticos.
Entre 1973 y 1989, la derecha realizó un proyecto modernizador cuyo revés fueron las violaciones sistemáticas de los derechos humanos. La identidad de la derecha —cuando se atiende a la facticidad de la historia— está atada a ambas dimensiones.
Y como el acontecer histórico no se puede cambiar —lo que la historia unió no lo puede separar el hombre— a la derecha no le queda más que pronunciarse frente a él. A favor o en contra de su propio pasado. Y cuando se pronuncia en contra (como Piñera o Chadwick) no es que rechace su propia historia, sino que la construye. La historia, como recuerda Benjamin, no es un hilo continuo, sino un tejido hecho de rupturas y de saltos que constituyen lo que podrían llamarse sus momentos éticos. Si la historia careciera de esos momentos, de esas interrupciones que provoca en ella el discernimiento humano, no sería historia sino simple naturaleza, mera causalidad.
Por eso los individuos y las colectividades, recuerdan no solo su pasado real, sino también el pasado que pudo ser, el que hoy quisieran hubiera sido. Por eso la conmemoración del No tiene sentido para la derecha. El No es para ella un pasado posible (de nuevo la expresión es de Benjamin) que de haberse realizado habría cambiado su situación actual. Lo sabe Piñera, lo insinuó Chadwick, lo endosó Matthei.
Pero si para la derecha el cinco de octubre es su pasado posible, para la izquierda es el futuro que todavía no fue.
Y es que cuando recuerdan, los individuos no solo reviven un pasado posible, también rinden cuenta a las generaciones que dejaron atrás, esas cuyos proyectos quedaron decapitados a la vera del camino. Y esto es lo que ocurre a la izquierda. Para ella el cinco de octubre fue un momento epifánico, un instante en que refulgió el ideal democrático —el pueblo convertido en sujeto— para comenzar a delicuescer poco a poco en los años que siguieron. Las exigencias de la transición —nunca se sabrá cuánto hubo de renuncia y cuánto de cálculo sagaz en esas maniobras— consolidaron la modernización; pero, al hacerlo, dejaron atrás los sueños inflamados de la memoria, la igualdad y la participación, esos que hoy solo los más jóvenes se atreven a sostener.
El No le recuerda entonces a la izquierda el futuro que fue y que ahora no es.
Así entonces, a la derecha y a la izquierda, a la Alianza y la Concertación, parece haberles llegado la hora de decir que No: al pasado de la dictadura, la derecha; al pasado de la transición, la izquierda; a los años inflamados de soberbia por los éxitos económicos y de ceguera frente a las violaciones a los derechos humanos, la derecha; a los años ambiguos, en los que no se supo si fue la renuncia o la astucia la que la guiaron, la izquierda.
Todos dicen que No.
A los seres humanos les gusta ver la historia como una serie continua, en la que cada cosa es resultado de la anterior y donde cada generación es una herencia fiel de la que le antecedió. Pero las cosas no son así. Hay historia porque cada generación, mediante la memoria y el recuerdo, es capaz de redefinirse a sí misma, imaginar un pasado posible o recordar un futuro que no fue.
Hegel llamó la atención acerca de esa negatividad que caracteriza a la condición humana. Los seres humanos son capaces de negar lo que tienen ante sí y definirse no solo mediante lo que son, sino también a través de lo que no son. Al negar lo que tienen detrás suyo, dibujan su fisonomía, se recortan y alcanzan una más clara identidad.?
Gracias a eso la historia avanza y se llena cada cierto tiempo de ilusiones.
Y la rueda comienza a girar de nuevo.