"El Modelo": así hemos terminado por conocer la plataforma conceptual que dio justificación a la emergencia y a la prolongación de la dictadura militar chilena. Fue la fusión de las ideas de Sergio de Castro y de Jaime Guzmán. El primero aportó el programa de reformas económico-sociales contenidas en "El Ladrillo" y el segundo, el programa de cambios dirigido a desmantelar el sistema político-institucional contenido en la Constitución de 1925. Ambos provenían de la Universidad Católica. De Castro era el líder de su Facultad de Economía y Guzmán, un profesor de su Escuela de Derecho. Este último había formado una poderosa corriente política (el "movimiento gremial") que postulaba la despolitización de la sociedad y de los grupos intermedios, y que tuvo un importante papel en la articulación de la oposición a Allende. La unión entre ambos produjo lo que Jovino Novoa bautizara como el "chicago-gremialismo" .
El "chicago-gremialismo" tenía varias zonas de convergencia con mi generación en la izquierda. Provenían, como varios de nosotros, de colegios de élite. Veían "al mundo como algo nuevo" y al pasado como "un fracaso colosal", igual como lo habíamos hecho nosotros hasta el 11. Con Pinochet se sintieron omnipotentes, del mismo modo como nosotros nos habíamos sentido con Allende. Perseguíamos el mismo "sueño utópico" -como lo llama Albert O. Hirschman-: aquel según el cual una vez que se deja atrás el nivel de subsistencia reinan el orden y la armonía. Pero en lugar de promover el " voice " como nosotros (eso que llamáramos "poder popular"), ellos se dedicaron a imponer a sangre y fuego el " exit ", eso que llamaron mercado. Esto no era fácil, pues chocaba contra la trayectoria histórica de Chile, por lo que había que emplear la fuerza de una dictadura militar. Aquí nos diferenciamos: ellos lo hicieron, no así nosotros.
¿Cómo fue que este grupo llegó a tener una influencia determinante en el régimen militar, al punto de transformar a las Fuerzas Armadas en meros ejecutores de "El Modelo" que ellos habían diseñado? Se ha buscado una explicación en la personalidad de sus líderes: en la tosca inteligencia y asertividad de De Castro, que llegó a cautivar a Pinochet; o en la portentosa capacidad retórica de Jaime Guzmán, quien fuera el encargado por Pinochet de convencer a los mandos militares de seguir "El Modelo". Los personajes siempre influyen, y mucho, en el curso que toma la historia, pero explicarla sobre la base solamente de sus rasgos de carácter no resulta totalmente satisfactorio. Por eso mismo, la pregunta sigue abierta: ¿qué hizo que los militares se entregaran a las entonces extravagantes ideas de los "chicago-gremialistas"? Yo tengo una hipótesis: la muerte de Allende en La Moneda.
En efecto, si ese martes 11 Allende hubiese aceptado una salida negociada -como sus colaboradores le pedían-, los "chicago-gremialistas" jamás habrían llegado a ser lo que fueron. El régimen golpista no habría actuado con la crueldad con que lo hizo, es cierto, pero tampoco se habría lanzado a la radical revolución que emprendió. La muerte de Allende hizo que para Pinochet no hubiese vuelta atrás. Fue su espectro lo que pulverizó la idea de un régimen transitorio que llamaría rápidamente a elecciones, como lo tenían planeado los golpistas y sus instigadores. En fin, fue para borrar su sangre que los militares renunciaron a las ideas restauracionistas e hicieron suyos los planes refundacionales de los "chicago-gremialistas". Por lo mismo, aunque abjuren de su memoria, estos le deben todo lo que tienen -que no es poco- a Salvador Allende.