¿Tiene sentido hacer un debate entre nueve candidatos presidenciales?
Evelyn Matthei dijo que no. En su opinión, un debate entre tantas personas se transformaría en una seguidilla de opiniones paralelas, sin interés para las audiencias. Michelle Bachelet, en cambio, apoyó la participación de todos. Excluir a algunos, concluyó, sería antidemocrático.
¿Quién tiene la razón?
Suele decirse que los debates carecen de importancia porque nadie, o muy pocos, cambiarían su decisión a raíz del desempeño de su candidato en ellos. Quienes así piensan desconocen, sin embargo, el valor representativo o simbólico de los debates: en ellos se ponen en escena los valores que animan a la democracia. Los debates son un rito de reconocimiento de los valores que inspiran a la vida cívica.
Así entonces, quiénes debatan y cómo -el problema que esta semana comenzaron a discutir Matthei y Bachelet- es muy importante. Y es algo que no deben decidir solo los comandos presidenciales o los canales de televisión. Sería ridículo que el debate acerca del debate permaneciera oculto.
Como se ve, es necesario ocuparse del asunto.
Los debates ponen en escena tres valores de gran importancia política: la información, la deliberación y la participación.
En los debates se pone a la vista de todos la oferta existente, asimilando, por un momento, el proceso político a uno de mercado (con todas las alternativas a la vista, el elector idealmente racional confirma su prejuicio o lo debilita); en el debate, además, se confrontan puntos de vista, se verifica cuán fuertes y bien fundadas son las propuestas que se disputan el favor de la ciudadanía (y cuán capaces de sostenerlas son los candidatos o candidatas); en el debate, en fin, se da la ocasión para oír todos los puntos de vista, incluyendo aquellos que los medios de comunicación, por razones ideológicas o de otro tipo, callan u ocultan (como ocurre con Claude, Jocelyn-Holt o Miranda).
¿Cuáles de esos valores que los debates simbólicamente sirven -la información, la deliberación, la participación- se debilitan si están los nueve candidatos?
No cabe duda que, entre nueve, el debate perdería su carácter de diálogo o confrontación de puntos de vista. En esto Matthei parece tener razón. Nueve personas emitiendo puntos de vista o tratando de discutir entre sí parecería cualquier cosa, menos un diálogo encaminado a verificar la fortaleza de lo que piensa cada uno.
Pero si participan los nueve se fortalece el conocimiento de la oferta electoral para la ciudadanía y se concede la palabra a candidatos que, por razones de audiencia o ideológicas, no aparecen en los medios con la frecuencia de Matthei o Bachelet. En esto Bachelet tiene razón.
Ambas alternativas son, sin embargo, malas para la democracia. Si participan los nueve (la alternativa Bachelet) no hay debate; si participan tres o cuatro (la alternativa Matthei) se acallan las voces de los demás.
¿Qué alternativa es entonces la correcta?
Ninguna.
Descontada la posibilidad de hacer múltiples debates en grupos de a tres -hasta que todos confronten sus ideas con todos-, una alternativa es la que sigue.
Hacer uno o dos debates con la participación de los nueve candidatos. Se cumple así el objetivo de la mayor información y la máxima participación.
Y para cumplir el objetivo de la confrontación de ideas, cada candidato o candidata debiera participar en un segundo debate. ¿Cómo hacerlo? Bastaría conformar tres debates -podría llamárseles deliberativos- en alguno de los cuales participara el candidato o candidata. ¿Quién se confrontaría con quién? Lo decidiría un sorteo. El azar tiene la virtud de que asigna la misma posibilidad a todos los participantes de ser escogidos.
¿Absurdo?
No, en absoluto.
La elección por sorteo es de los más viejos procedimientos de la democracia. Se usó, desde luego, en Grecia. Y se apoyaba en una razón de peso. En un sorteo se realiza la igualdad en la máxima medida posible, puesto que cada partícipe tiene la misma probabilidad de ser seleccionado.
No parece haber mejor sistema.
Salvo, claro, que alguien crea que es más imparcial la voluntad de los comandos o de la dirección de los programas de televisión.