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Editorial
Domingo 22 de septiembre de 2013
La semana política
No se pueden alcanzar logros estables si una mitad del país está enfrentada a la otra. Ese cuadro remece la estabilidad institucional, sin la cual no hay avance material posible...
Sin unidad nacional no habrá desarrollo
La virulencia con que redespertaron odiosidades de hace 40 y más años con ocasión del 11 de septiembre pasado es inquietante y no constituye un buen clima para quienquiera llegue a La Moneda en marzo próximo. El síndrome de la “casa dividida”, que Chile ya experimentó amargamente, es un obstáculo insalvable para el salto al desarrollo a que todos aspiran. No se pueden alcanzar logros estables si una mitad del país está enfrentada a la otra. Ese cuadro remece la estabilidad institucional, sin la cual no hay avance material posible, ni pueden darse los progresos sociales que todos prometen. Y allí podría asomar la hora de caudillismos demagógicos o intentos extremistas, como se observa en tantos países de Latinoamérica.
De entre la plétora de declaraciones que ha sido tónica de este mes, conviene, pues, atender a aquellas que llaman a deponer el afán de mantener abiertas las viejas heridas. Las culpas de la crisis de hace casi medio siglo y sus secuelas no son exclusivas de ninguno de los sectores en pugna. Sergio Bitar, ministro del Presidente Allende, ha observado con razón que “los políticos no estuvimos a la altura de sacar al país adelante por la vía del entendimiento y la negociación”, y diputados oficialistas y opositores, reunidos en este diario, coincidieron en que hubo responsabilidad de distintos sectores en el quiebre de la democracia. El arzobispo de Santiago, monseñor Ezzati, instó a que “solo desde el respeto al otro podremos construir de un modo fraterno la memoria, para desde ella poder levantar la mirada”. También las iglesias evangélicas llamaron a la reconciliación y la unidad nacional, y actos en La Moneda y el Congreso pidieron aprender de los errores para evitar un nuevo quiebre en la democracia. El Presidente Piñera lo resumió en una sola pregunta: “¿Qué es más importante? ¿Lo que pasó hace 40 años, o lo que juntos vamos a hacer en los próximos 40?”.
Las encuestas faltantes
Entretanto, en el marco aún confuso del voto voluntario y la consecuencial incertidumbre que conlleva, la campaña sigue desenvolviéndose prácticamente a ciegas en materia de encuestas predictivas del resultado electoral de noviembre. La del CEP, publicada a fines de agosto, por razones ya analizadas en su hora, arribó a un resultado a todas luces irreal, quemarcaba 44% para Bachelet y 12% para Matthei. Con todas las conocidas limitaciones que tienen las encuestas telefónicas, resulta bastante más plausible la realizada por La Segunda-UDD (publicada el 13 de septiembre), que arroja resultados de 38% y 27%, respectivamente. Y en la encuesta Ipsos (publicada el 17 de este mes), esas cifras muestran 31% y 20%, con alzas de Parisi (13%) y Enríquez-Ominami(11%).
Como este diario lo ha planteado, convendría que la prestigiosa tradición —ahora trastornada— de la encuesta del CEP sea retomada en lo que resta de la actual campaña, mediante la realización de, idealmente, dos encuestas que muestren más fidedignamente la evolución de las tendencias. Eso serviría al país y al prestigio de ese centro.
Peculiar debate presidencial en TV
La inédita competencia de 9 aspirantes a la Presidencia introduce complejidades adicionales al foro que sostendrán en televisión, los días 29 y 30 de octubre. En esas dos jornadas —según la propuesta de Anatel—, cada uno tendría en total alrededor de 12 minutos para intervenir, en un formato de una pregunta común para todos ellos, y luego otra individual, más un minuto de presentación y otro al término de cada bloque para responder a eventuales emplazamientos o ahondar en algún tema. El ahondamiento en cada propuesta mediante libre conversación con interlocutores no tiene cabida, como tampoco un debate efectivo entre los candidatos, que permita aquilatar sus capacidades y reacciones espontáneas, que serán, sin embargo, las realidades del cargo para quien gane las elecciones.
Se ha representado en campañas pasadas que esta fórmula rígida difícilmente puede agregar información precisa sobre el significado real y el contenido de ideas de cada candidatura, más allá de generalidades probablemente ya conocidas y de la imagen que el espectador pueda formarse por reacción emocional o intuitiva.
En lo inmediato, el esquema de dos bloques en días sucesivos hace prever que el primero sirva para que cada candidato busque identificar los puntos fuertes y flacos de todos los demás, y calibrar en consecuencia su segunda intervención, que cobraría así un peso previsiblemente mayor.
Esta modalidad -con respuestas de no más de 2 minutos- conviene a Bachelet, que encabeza las encuestas y nada tiene que ganar en debates. También favorece -por presencia en pantalla- a las candidaturas más bien testimoniales, en desmedro de las que aparecen con actual mayor adhesión. Comprensiblemente, el comando de Matthei ha pedido mayor interacción entre los candidatos, posibilidades de contrapreguntar, e incluso un segund odebate entre los 4 candidatos (o las 2 candidatas) mejor posicionadas en las encuestas.