Estos días han sido propicios para apreciar la obra que hemos construido y reunir fuerzas para seguir adelante.
Para entender cómo era la economía chilena cuatro décadas atrás, basta con mirar a la Argentina o la Venezuela de hoy: las inversiones paralizadas, la producción en caída libre, inflación desatada, mercados negros y desabastecimiento por doquier. Sus gobiernos, en lugar de corregir sus aberrantes políticas, tan solo buscan en quién cargar las culpas, acusando ya sea al imperialismo extranjero o a la codicia de los inversionistas, especuladores y acaparadores. Chile cambió cuando comprendió que en vez de apelar al patriotismo o sentido social de los individuos, había que diseñar instituciones que hicieran que estuviese en el interés de ellos servir al país. Eso es lo que en gran medida logra una economía libre, abierta y competitiva como la que tenemos.
Chile es —reconocidamente— el país latinoamericano con mejores posibilidades de cruzar el umbral del desarrollo. Ello no era en absoluto así 30 o 40 años atrás. Entonces, aun cuando habíamos hecho algunas cosas bien, nos superaban en producto por habitante no sólo Argentina y Venezuela, sino también Brasil, México y Perú. Hoy los hemos alcanzado o superado a todos.
Con razón muchos sostienen que el producto per cápita no determina por sí solo el grado de desarrollo. También importan la distribución de la renta, la cultura, la buena vida. Pero no cabe duda de que todo ello es más fácil de lograr y sostener en una economía próspera. En cualquier caso, en esos aspectos Chile también hace avances notables. No es cierto, por ejemplo, que en desigualdad hayamos retrocedido, como insisten los descontentos del modelo. Aunque aún falta avanzar mucho más, hay hoy más igualdad que nunca antes en nutrición, salud, vivienda y educación. La disparidad de ingresos, medida con metodología comprable, no es más amplia que en muchas otras economías latinoamericanas y está paulatinamente reduciéndose. Según la encuesta de la Universidad de Chile para Santiago, la desigualdad de ingresos ha disminuido marcadamente en los últimos cuatro años, gracias a la masiva creación de empleos.
En los próximos días finalmente cobrará fuerza la campaña presidencial. Seguro que candidatas y candidatos se harán eco de las muchas quejas de los electores y propondrán cambios prometedores. En buena hora, si ello ayuda a diseñar soluciones realistas a los problemas aún pendientes. Pero cuidado con poner en riesgo lo ya avanzado. También Argentina y Venezuela fueron vistas años atrás con grandes esperanzas. Dilapidaron su oportunidad porque en lugar de concentrarse en cómo crear riqueza, sus líderes convencieron a la ciudadanía de que es más importante discurrir cómo repartirla. Una lección para no olvidar.
Con razón muchos sostienen que el producto per cápita no determina por sí solo el grado de desarrollo. También importan la distribución de la renta, la cultura, la buena vida. Pero no cabe duda de que todo ello es más fácil de lograr y sostener en una economía próspera. En cualquier caso, en esos aspectos Chile también hace avances notables. No es cierto, por ejemplo, que en desigualdad hayamos retrocedido, como insisten los descontentos del modelo. Aunque aún falta avanzar mucho más, hay hoy más igualdad que nunca antes en nutrición, salud, vivienda y educación. La disparidad de ingresos, medida con metodología comprable, no es más amplia que en muchas otras economías latinoamericanas y está paulatinamente reduciéndose. Según la encuesta de la Universidad de Chile para Santiago, la desigualdad de ingresos ha disminuido marcadamente en los últimos cuatro años, gracias a la masiva creación de empleos.
En los próximos días finalmente cobrará fuerza la campaña presidencial. Seguro que candidatas y candidatos se harán eco de las muchas quejas de los electores y propondrán cambios prometedores. En buena hora, si ello ayuda a diseñar soluciones realistas a los problemas aún pendientes. Pero cuidado con poner en riesgo lo ya avanzado. También Argentina y Venezuela fueron vistas años atrás con grandes esperanzas. Dilapidaron su oportunidad porque en lugar de concentrarse en cómo crear riqueza, sus líderes convencieron a la ciudadanía de que es más importante discurrir cómo repartirla. Una lección para no olvidar.