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Editorial
Domingo 15 de septiembre de 2013
La semana política
Que una parte del PS y el PC, en palabras de sus respectivos presidentes, enjuicien a la DC por sus responsabilidades en la intervención militar, da cuenta de un conflicto en la coalición bajo Bachelet.
Toque de queda autoimpuesto
Ha terminado una larga y tensa conmemoración de los 40 años del 11 de septiembre de 1973, y esa jornada llevó a una suerte de toque de queda en Santiago desde el mediodía en adelante, autoimpuesto por el temor. Temor fundado, vistos los resultados de la violencia nocturna —42 carabineros heridos (incluyendo a un general), locales saqueados, vehículos quemados, barricadas, armas de fuego, ataques con ácido—. De allí que la inmensa mayoría de la población concluyera antes sus actividades, y aun los bancos cerraran anticipadamente. Estas incontables alteraciones tienen alto costo social y económico para todo el país, peroninguna sanción efectiva, ya que la justicia dejó en libertad a los 264 detenidos.
Al igual que en ocasiones similares, como el “Día del Combatiente” y otros, la violencia se desató durante la noche, por obra de vándalos. No se trata, pues, de manifestantes ni de un sector ciudadano que expresen demandas sociales, sino de automarginados de la sociedad, movidos por un ánimo anárquico de destrucción.
Las sociedades atemorizadas jamás pueden funcionar bien. Chile no puede acostumbrarse a que fechas que ostensiblemente perdieron ya todo el sentido original que pudieron tener —el feriado “Día de la Liberación Nacional” establecido por el gobierno militar en 1981 fue reemplazado en 1998 por el “Día de la Unidad Nacional”, y luego abolido en 2002—, sean pretexto admitido para semejantes orgías de violencia, con una especie de tolerancia para el lumpen, sin tomar en cuenta cuánto se amaga a la propia institucionalidad democrática.
Enjuiciamientos socialistas y comunistas a la DC
En el Acuerdo Nacional para la Transición a la Plena Democracia, de 1985, no se incluyó al Partido Comunista, porque se estimó entonces —existían ? aún el Muro de Berlín y la Unión Soviética— que no lo inspiraba una convicción democrática suficiente. Hoy, 28 años después y admitido finalmente al conglomerado de la antigua Concertación para conformar la llamada Nueva Mayoría, una parte del PS y el PC, en palabras de sus respectivos presidentes, se apresura a enjuiciar a la DC, a la que perciben como actual socio más débil de la misma, por sus responsabilidades en la intervención militar y el derrumbe de la UP. Inequívocamente, buscan imponer una orientación de izquierda dura. La centroizquierda característica de la Concertación ya no les es suficiente.
Esto da cuenta de un conflicto en el seno de la coalición bajo Bachelet, en la que hay obviamente figuras y corrientes más prudentes, que tratan de cuidar la relación con la DC. Que el PS y el PC insistan en esto, incluso en plena campaña presidencial, crea un curso de colisión inevitable, pues aunque toda la DC lo desmienta hoy, es un hecho que el entonces líder de la DC, el ahora ex Presidente Aylwin, tuvo un papel absolutamente protagónico en los acontecimientos de 1973, ya que en representación de su partido llevó las conversaciones con el entonces Presidente Allende y el círculo superior que lo rodeaba, “para agotar la vía del diálogo”, en palabras del actual presidente de la DC. Ellas no fructificaron, como se sabe, pero lo que en ellas se trató consta en su libro de memorias, que está escrito, pero él ha dispuesto que no se publique hasta después de sus días. Difícilmente cabe colegir de esto sino que no se quiere dañar la relación con sus socios de hoy y adversarios de entonces. Y es de notar que el mismo ex Presidente Aylwin, plenamente activo en la vida nacional, no concurrió al acto conmemorativo del 11 de septiembre a que convocó la candidata Bachelet en el Museo de la Memoria. Y es también un hecho que el ex Presidente Frei Montalva asistió, si bien con desgano, al tedéum de 1973 con la Junta Militar en el templo de la Gratitud Nacional.
Apelar a la historia como arma política puede brindar frutos, pero no sin costos.
Reelección presidencial, ¿a la latinoamericana?
En ciertos programas presidenciales está apareciendo la reelección presidencial como una opción válida. Chile la tuvo solo durante los gobiernos de los decenios, en el s. XIX, con gobiernos muy fuertes, mientras la república se estaba consolidando, en circunstancias históricas que no pueden repetirse. Después de eso, la unanimidad de la nación chilena siempre ha estado de acuerdo en que no se dan entre nosotros las condiciones para contemplar una reelección presidencial. Si hoy estalla periódica polémica porque los ministros de cada gobierno saliente tienden a tomar parte en la campaña electoral del postulante oficialista, es de imaginar cómo juzgaría la oposición de turno cada paso de La Moneda, si el propio Jefe del Gobierno estuviese tratando de reelegirse.
Los gobiernos “bolivarianos” —Chávez ayer, con cuatro elecciones sucesivas, Maduro hoy, Correa en Ecuador, Morales en Bolivia, Ortega en Nicaragua, así como el matrimonio Kirchner-Fernández en Argentina, y los hermanos Castro en Cuba— marcan un patrón inequívoco de perpetuación en el poder que es inaceptable para Chile. Todos ellos están demoliendo las bases democráticas, y la reelección, primero por una vez y luego indefinida, es su instrumento capital. La reelección, al menos en Latinoamérica, es vista como una amenaza para la democracia.