Cuando el golpe llegó, tenía 21 años. Era dirigente del Regional Sur del Mapu. Nos refugiamos en la casa de una familia en la comuna de San Miguel. Desde ahí tratamos de establecer contacto con fábricas y poblaciones. El resto del tiempo escuchábamos noticias y atendíamos rumores. Y especulábamos acerca de cómo organizar la resistencia. En esto estuvimos cuatro días: como sonámbulos, haciendo cosas sin sentido.
¿Cómo no nos dimos cuenta de que el golpe venía? ¿Cómo no asumimos el horror que se preparaba? Me lo han preguntado muchas veces y nunca he sabido responder. Hasta ahora, que cayó en mis manos el libro de Steve J. Stern sobre la memoria en el Chile de Pinochet, publicado por Ediciones UDP. Los militantes de la UP -escribe el autor- creíamos que en Chile "no se materializarían dictaduras verdaderas, ni represión dura, ni guerras civiles o baños de sangre". Aunque era obvio que "Chile se encontraba al borde del abismo", permanecíamos aferrados a "la imagen de un cuerpo político que no tenía límites en su resiliencia y capacidad de negociación". Aun cuando sabíamos racionalmente que una solución de fuerza era inevitable, seguíamos negándola emocionalmente y no hacíamos nada para evitarla o encararla. Aun con La Moneda bombardeada y el Presidente Allende muerto, seguíamos creyendo "que la violencia inicial menguaría y daría paso a un golpe blando". "El futuro imposible había llegado y, sin embargo, se lo seguía considerando inverosímil".
Lo que nos ocurrió después también me tomó años entenderlo. Tuve un primer destello en 1978, en México, cuando por primera vez tuve algo de paz y distancia. En un texto titulado "Si solo ayer éramos dioses" decía que el golpe "nos quitó el camino, el paisaje, la luz, el horizonte, el universo entero. Todo se volvió desconocido, inmanejable, incomprensible, aterrorizante". Pero quedó ahí. Todo lo comprendí mejor recién hace unos días, cuando leí "Radical Hope" (Esperanza radical), de Jonathan Lear.
Los Crow (Cuervo) son una tribu que habitaba las llanuras de Montana y Wyoming en los albores de los Estados Unidos. Su último jefe, Plenty Coups ("Muchos Golpes"), poco antes de morir, hablando con un antropólogo que escribía la historia de su pueblo, dijo lo siguiente: "Puedo pensar hacia atrás y contarle mucho más acerca de la guerra y el robo de caballos. Pero cuando el búfalo se fue, los corazones de mi pueblo se cayeron al suelo, y no pudieron levantarse de nuevo. Después de esto no pasó nada".
¿Qué quiso decir Plenty Coups con "después de esto no pasó nada"? El libro de Lear está enteramente dedicado a responder esta pregunta. Después de desechar varias hipótesis, concluye que la desaparición del búfalo puso fin a las perpetuas guerras de los Crow contra los Sioux y otras tribus por espacios de caza. Con ello desaparecieron "los conceptos con los que construían su narrativa". Se esfumaron las categorías desde las cuales el tiempo era una preparación para algo -en su caso, la caza y la guerra-. La "concepción de para qué la vida tiene valor" perdió su base material. "Colapsó la posibilidad de vivir de acuerdo con ciertos ideales", y con ello el mecanismo de constitución de la identidad individual. "Mi problema no es simplemente que mi forma de vida ha llegado al final", dice el autor poniéndose en el lugar de un Crow: es que "ya no tengo los conceptos con los cuales entender mi lugar en el mundo".
"Nada pasó después: solo vivimos", dice Two Leggings, otro jefe Crow. Como nos ocurrió después del 11, cuando "el futuro imposible había llegado". Nos tomó años encontrar nuevamente un "lugar en el mundo". Algunos jamás lo consiguieron. A otros les fue arrancada la posibilidad de intentarlo.