Entre las diversas certezas que legó el cine del siglo XX a la cultura está esa socorrida frase de Jean Renoir "todo el mundo tiene sus razones". Pero una cosa es aplaudir de pie esa feliz ocurrencia y otra, darle aplicación práctica y estética. Y si lo haces, prepárate: más de alguien se va a incomodar, sobre todo porque -como pocas disciplinas artísticas- el cine casi siempre invita a tomar partido, a simplificar entre buenos y malos, entre aversión y agrado, entre blanco y negro.
Por eso que se entienden los problemas en que se metió el rumano Christian Mungiu al estrenar "Más allá de las colinas" ("Beyond the hills", en su versión en DVD), su tercer largometraje, en el Festival Cannes 2012. Triunfador cinco años antes en ese mismo certamen con la extraordinaria "4 meses, 3 semanas y 2 días", el director fue agriamente criticado por poner en escena la historia de Alina, una joven que regresa a su pueblo desde Alemania para llevarse con ella a su pareja, Voichita; solo que al bajarse del tren nota el cambio: Voichita ahora viste de monja y habita en un pequeño monasterio en las afueras, otra más entre una docena de mujeres que orbitan en torno a un supuesto Padre que parece haberse ordenado a sí mismo, refaccionando la iglesia abandonada y creando a sus pies una comunidad ortodoxa, al margen de la modernidad.
Hasta ahí, todo claro. Con los espectros del cultismo y el fundamentalismo más que presentes, al espectador no le cuesta nada tomar partido por la angustia de Alina, quien ve cómo su pareja de los días del orfanato -donde ambas se cuidaban la una a la otra- se le revela como una virtual y obcecada desconocida a la que hay que salvar de su fanatismo. Pero Mungiu parece haber asimilado muy bien su Renoir: en el filme todos tienen espacio para actuar de acuerdo a sus motivos, y, por lo mismo, ninguno de los personajes parece especialmente maléfico, cruel o egoísta. Así como Alina apela a su amor por Voichita, ésta defiende sus deseos de apartarse del mundo, lo mismo que el resto de las monjas, y también el "padrecito", quien, pese a que obliga a una estricta observancia de su particular versión del cristianismo, poco tiene de iracundo fundador de secta y sí mucho de líder de cooperativa.
Consecuentemente, la perspectiva cambia. Aunque su carácter no varía en absoluto, de pronto es la volátil Alina quien -a los ojos del público- está atornillando al revés. Incapaz de aceptar que no tiene ningún control sobre la situación, revierte a la violencia, hace crisis y se transforma en justo lo que el Padre no quiere: una amenaza real a la paz y armonía que su comunidad dice transmitir. Si ante nuestros ojos es notorio que la chica sufre un grave colapso nervioso, que termina con ella en la posta de urgencias, lo que el Padre y sus monjas parecen experimentar es la presencia de una mujer poseída por el mal. Un mal que -al poner en peligro a los creyentes- hay que extirpar de raíz.
Llegados a ese punto, es evidente que tomar partido por una o por otra visión del caso (basado en un ritual de exorcismo efectuado en un monasterio de Moldavia, en 2005) no llevará a ninguna parte. Aunque cierta prensa rumana lo haya acusado de explotar una historia de por sí dolorosa, de lo único que la abismal y compasiva mirada Mungiu no toma distancia es del abrasivo deseo de sus personajes por situarse aparte del mundo y fugarse al interior de sus pasiones. Como si agregase un corolario a la máxima del sabio Jean: todos tienen sus razones, pero de poco sirven si no prestas atención a las ajenas.
MÁS ALLÁ DE LAS COLINAS
Dirección: Christian Mungiu.
Con: Cosmina Stratan y Cristina Flutur.
País: Rumania, 2012.
Duración: 155 minutos.