En las últimas elecciones, ciertos sectores de la centroderecha han pretendido instalar la idea de que la forma de alcanzar el triunfo consistiría en ceder a las demandas de la llamada "agenda progresista" (legalización de las drogas, aborto y matrimonio entre personas de un mismo sexo, entre otras). Se argumenta que eso permitiría llegar a las mayorías, que los mostraría más "abiertos" y que los conectaría con la realidad, especialmente del público joven (muy apetecido post inscripción automática). Pues bien, parece ser que nada de eso es cierto y que los resultados distan bastante de ser exitosos en lo que a adhesión popular se refiere.
No es cierto que la mayoría de nuestro país comparta los afanes del progresismo a la chilena. Si uno revisa encuestas realmente representativas, actualizadas y presenciales como la Encuesta Bicentenario UC (2012) o la 7 {+a} Encuesta Nacional del Injuv (2012), podrá ver claramente que en todos esos temas mal llamados "valóricos" (¡en todos!), dichos planteamientos son minoritarios. Más aún, sorprende ver que en los segmentos jóvenes -los supuestamente más afines al progresismo-, ideas como "el matrimonio como institución para toda la vida" van en alza; y cuestiones como "Entrega sin restricciones de la píldora del día después" se posicionan cada vez con menos apoyo.
Además, resulta bastante notable el hecho de revisar cómo se distribuyen los apoyos de acuerdo con perfiles socioeconómicos. Si uno observa, por ejemplo, las cifras de apoyo al aborto, puede observar que en el segmento ABC1 son de un 23,8%, mientras que en los segmentos D y E son de un 8,9% y 7,5%, respectivamente (Injuv, 2012). O la legalización de las drogas: 46,2% ABC1 vs. 23,3%-22,8% D-E. Este fenómeno se observa en todos los temas, lo cual nos permite concluir que aparentemente la agenda progresista es profundamente elitista. Y esa elite, si bien puede probablemente imponer sus términos en la discusión pública y en los medios, principalmente por sus redes y sus recursos, es totalmente minoritaria en nuestro país. El mito se derrumba elocuentemente con datos duros de la realidad.
Por lo demás, esta estrategia reactiva de hacer propios planteamientos ajenos bajo la premisa de verse de determinada manera, resulta discutible. En tiempos donde reina la desconfianza hacia la política, las personas premian la coherencia y la profundidad de los planteamientos. Estos "guiños" restan credibilidad y además desalientan a las bases propias, que son las que se comprometen precisamente motivadas por los ideales que le dan identidad a un proyecto político. Y con el escenario de voto voluntario eso puede ser letal. Además, parece casi obvio que aquellas personas que tienen como criterio de decisión los temas de la "agenda progresista" preferirán el original a la imitación antojadiza, y apoyarán a aquellas candidaturas que propugnen derechamente esos temas. Es cosa de ver a quienes han apoyado los líderes de los grupos de interés que hacen lobby por esos temas.
Todavía se está a tiempo de repensar ciertos énfasis y prioridades de los planteamientos públicos, de los equipos y de las estrategias de cara a empatizar con las mayorías de nuestro país. Esas que componen el 80% que intenta sobrevivir mensualmente con menos de $280.000 al mes. ¿Cuáles son sus angustias, sus preocupaciones y sus anhelos? ¿Con qué rostros, propuestas y relato se es creíble respecto de ellos? Hay que desafiar las consignas que predominan en ciertos círculos, pero que no representan la realidad con la que hay que conectarse. Es más: parece que el escenario actual invita a tener la valentía, el sentido de urgencia y el liderazgo de hacer pronto los cambios que corresponden.
Diego Schalper