Hay dos maneras de describir lo que pasa en esta película. Una es decir que no pasa casi nada: un trabajador agrícola encuentra empleo en los campos de Chillán, vive con una mujer, y la pierde. La otra es decir que todo lo que pasa ocurre en los intersticios del relato, en los momentos domésticos, en los instantes de quietud, en el clima, el ritmo y otras cosas más misteriosas de la fotografía.
La narración progresa desde octubre del 2009 hasta octubre del 2010 y está dividida en cinco segmentos, todos los cuales se titulan con fragmentos de diálogos y con indicios sobre las localidades: San Nicolás, Portezuelo, Chillán, Atacalco, Yumbel. Lo histórico pasa por detrás, lejos de estas localidades rurales: el terremoto de febrero de 2010, el rescate de los mineros de San José, el nuevo gobierno. Son apenas indicios, rastrojos de lo que la historia deja en este universo de trabajadores con la vista pegada en el campo.
La información es imprecisa y fragmentaria. Daniel (Daniel Muñoz) ha tenido un taxi en el norte y se ha trasladado a Chillán para buscar trabajo como campesino. Después de que el dueño de un fundo ha dejado inconcluso el proyecto de construir un country club, se ha unido a los campesinos que desmalezan y trillan los sembradíos de Portezuelo. Alejandra (Alejandra Yáñez) fue operadora de radiotaxis y se ha unido a Daniel en una relación sin más compromiso que el afecto.
El giro (aunque mejor cabría hablar de una pequeña inflexión, apenas visible) viene a los dos tercios del metraje, cuando se hace visible que Alejandra tiene una enfermedad que progresa en gravedad. De ahí en adelante, al peso físico que los objetos tienen en esta película, la sensación de que se necesita mucho vigor para lidiar con ellos, se suma una pesadumbre, digamos más telúrica, que comunica la idea de que la desgracia es inevitable en estas tierras tan exigentes, tan difíciles y tan pobres. En esto, Sentados frente al fuego se conecta con el primer largo de Fernández Almendras, Huacho, que exploraba cuatro vidas pobres en el paisaje chillanejo, vidas que podrían ser las antesalas o las continuaciones de las de esta película.
Y bien, ¿significa todo esto que no hay en Sentados frente al fuego guión ni estructura dramática ni progresión narrativa? Muy por el contrario: hay una elaboración que se adivina larga y autoconsciente -los intertítulos, por ejemplo, las payas y los relatos campesinos, el largo diálogo entre Daniel y Alejandra, que es el centro emocional de la película- y se inscribe en la línea del determinismo social del cine chileno, de la quizás es una de sus mejores exponentes. Pero eso mismo empuja a dudar de la verdadera respiración de sus personajes, de la libertad que tienen, ya no sólo frente a sus circunstancias atenazadoras, sino también frente al cine que los registra. O, en otras palabras, frente al verdadero fuego.
SENTADOS FRENTE AL FUEGO. Dirección: Alejandro Fernández Almendras. Con: Daniel Muñoz, Alejandra Yáñez, Tichi Lobos, Clemira Aguayo, Camilo Muñoz. 94 minutos.