Una vez inscritas las candidaturas para el próximo 17 de noviembre, aflora con especial fuerza en el chileno su talante mitad cínico y mitad escéptico.
En los próximos meses se oirá -en los taxis y en las oficinas, en las sobremesas y en las micros, en las happy hours y a las salidas de clases- un conjunto de genialidades, tan banales como dañinas. Se repetirán consignas, como si se tratara de hacer palotes para aprender a escribir.
Aquí van.
"Gane quien gane, al día siguiente yo tengo que trabajar igual".
Tontería supina. Si gana la Concertación (cuya muerte ha decretado infaliblemente la candidata Vallejo del PC), habrá vencido el socialismo más duro y no habrá chileno que pueda realizar con autonomía las tres funciones básicas que se vinculan al trabajo: emprender, contratar, ahorrar. Va a ser imposible que pueda trabajar igual. Mucho peor, sí. Pregúnteles a los que vivimos la UP.
"Mi voto no importa nada".
Renuncia voluntaria a responder por los propios actos. Torpe decisión por la cual se supone que, con su abstención, el no-elector se hace intocable, cuando sucede justamente lo contrario: al no votar queda en una posición de total indefensión ante el Estado, desarmado en su calidad de ciudadano, deshecho en su propia identidad, porque no ha sido capaz de marcar ni una simple rayita... o hasta cuatro, más bien. Uno de los principales resortes cívicos ha sido vencido. Cómo se alegran los socialistas al contar con un rebaño tan pasivo.
"No hay que votar, porque todos los políticos son corruptos".
Eslogan acuñado en las izquierdas para conseguir que los mejores individuos de las derechas se dediquen a los negocios, donde todos sabemos que nadie se corrompe. Y desde la vida privada, entonces, muchos derechistas repiten a coro tamaña estupidez, consiguiendo que sus hijos y nietos, obviamente, no se dediquen a la corrupta política. Después, lógico, claman por políticos que los defiendan. Pero como son todos corruptos...
"Lo importante es que sean electos los moderados, no los extremistas".
Frase que se aplica solo para llamar a no votar por los miembros de la Alianza, porque -ya se sabe- no hay extremistas en las izquierdas. Todos ellos son honestos representantes de minorías discriminadas, de grupos que necesitan una voz en el Congreso, de víctimas inocentes. Por eso mismo, si hay alguien en el conservantismo que exprese convicciones, no debe ser elegido. Es un fanático fundamentalista: no apoya la liberación animal ni está a favor de iluminarnos solo con velas.
"Los candidatos son los mismos de siempre".
Observación estadística totalmente absurda. Los profesores universitarios, las madres de familia, los gerentes, los músicos, los hombres del fútbol, las actrices de teatro, los comunicadores, todos duramos entre 40 y 60 años en la vida activa. ¿Qué les impediría a los políticos seguir ese mismo ritmo? Solo la superficial demanda por caras nuevas, lo que significa facilitar la audacia y la ruptura, derrotando de antemano a la experiencia y a la reforma. Así, no por méritos, sino por omisión, podría llegar al Congreso hasta un tipo al que apenas contratarían a prueba en su primer trabajo.
"Hay candidatos que no aseguran la gobernabilidad".
Lo más sofisticado y, al mismo tiempo, lo más grotesco. Significa simplemente que si gana la fulanita, que se prepare, porque le vamos a hacer la vida imposible: para eso nos bastamos unos pocos, pero muy decididos, porque tú sabes que el capitalismo neoliberal ha logrado enajenar la conciencia de la gente, y que solo unas minorías selectas entendemos lo que necesitan los chilenos.
Necesitan un Estado todopoderoso y, por cierto, en sus manos.