"Internet está acabando con la realidad", le dije a un amigo. "¿No se había acabado?", contestó. Vivimos en las ruinas de lo real, región que nunca ha sido sencilla. Pensemos, tan solo, en el misterio de los calcetines, que no desaparecen juntos.
Antes de que entendiéramos la vida diaria, apareció una segunda realidad, que transcurre en las pantallas. Desde un punto de vista epistemológico, la "cosa internet" tiene un contenido moral neutro; es un instrumento como cualquier otro. Pero el ser humano modifica lo que toca. Un piolet puede servir para escalar una montaña o matar a Trotsky. Los aparatos destinados a la comunicación parecen refractarios al mal uso; los vemos como algo necesariamente positivo.
No creo que las palomas mensajeras sean mejores que internet ni extraño los azares del servicio postal. Sin embargo, vale la pena analizar la versión paralela del mundo que se construye "en línea". Hace unos meses, Vargas Llosa descubrió con azoro que en el territorio virtual escribía artículos contra los argentinos. Se trataba de textos apócrifos que imitaban su estilo y recogían disparatadas opiniones de uno de los personajes de
La tía Julia y el escribidor . Lo mismo le había pasado antes a Philip Roth. Pero enfrentaba un callejón sin salida; es casi imposible modificar lo que ingresa a la cripta intangible de internet.
Un colaborador del periódico Noroeste, de Sinaloa, copió textos de varios autores -entre ellos uno mío- y los colgó en la red como suyos. Murió al poco tiempo, pero sus plagios perduran en el más allá virtual.
Hace unos días se simuló otro hecho real. Un blog informó que el artista Enrique Jezik, de Córdoba, Argentina, había obtenido el premio BA-Petrobras de Artes Visuales por un proyecto "vacío". Según la nota, Jezik envió un e-mail sin nada. El gesto hacía pensar en el cuadro blanco de Malevich, el papel en el que Rauschenberg borró un dibujo de De Kooning o la pared en la que Stefan Bruggemann se limitó a trazar (No Content). El arte ha buscado disolver el contenido en una "estética de la desaparición", como la llama Paul Virilio. Esa "puesta en blanco" tiene una tradición que resulta ocioso calcar.
El blog se burlaba del tema y sugería que el arte contemporáneo es hecho por vendedores de viento. Nada más lógico que premiaran un e-mail sin asunto. Sin embargo, todo se debía a que Jezik había olvidado adjuntar su attachment y al recibir el premio "lamentó" que lo reconocieran por algo que no hizo. La obra había sido concebida por el jurado. Llamaba la atención que Jezik reconociera su falla y aceptara el premio. Pero el cinismo suele ser aliado del éxito.
Resulta que todo fue un montaje. Jezik sí envió un proyecto, por el que fue premiado, pero el blog inventó que su mérito había sido no hacer nada. La calumnia tuvo un alto impacto. Uno de los jurados, Cuauhtémoc Medina, la refutó en el texto "Virología de la idiotez": "Tratar de desmentir una broma es una buena manera de enredarse en la risa: lo mejor es sonreír. Sin embargo, el evento es muy revelador, tanto de la posición acrítica de los lectores y repetidores de la información como del deseo generalizado de una gran parte del público de que el arte sea, en efecto, un mero engaño".
Como las especulaciones nunca cesan, alguien podría pensar que este desmentido también es apócrifo o que en realidad los autores de la broma hicieron una "acción artística" sobre "los límites físicos del arte".
¿Qué tiene más peso en la red: una calumnia o una aclaración? El escándalo indigna y exige desahogo; en cambio, el desmentido apela a la comprensión, desmonta los prejuicios en forma razonada; su asimilación es pausada y no pide respuesta. A diferencia de la irritación, que busca cómplices, el entendimiento termina en quien lo obtiene (nadie escribe para decir: "ya entendí"). El efecto viral de un infundio supera con creces al de un desmentido.
En la veloz arena de internet, un impulso tiene más oportunidades que una idea. Si la realidad subsiste, se escribirá la historia de cómo la cultura, que pide tiempo extra, sobrevivió al cortocircuito de las opiniones instantáneas.