Asesinos, marxistas, traidores, golpistas, violentistas, fascistas y vendepatrias. Fueron muchos años de recriminaciones mutuas. Pero ya han pasado cuarenta años, y a menos de un mes del 11 de septiembre y a tres meses de las elecciones, el golpe no forma parte de la campaña electoral.
Existen algunas encuestas no publicadas que muestran que, pese a su importancia, no es un tema que inquieta a los chilenos. Y ello es paradójico, porque la coyuntura se presta especialmente para abrir el baúl de los recuerdos: dos hijas de dos protagonistas de la época se enfrentan por la presidencia del país.
El alto rating del programa de Benjamín Vicuña "Chile, imágenes prohibidas", transmitido esta semana, podría ser una muestra de lo contrario. Pero no es tal. Probablemente la mayoría de los que estaban atrás de los televisores vieron con mucho interés algo de lo que ya son ajenos. Como si se estuviera viendo -si existieran las imágenes- el combate naval de Iquique o la batalla de Placilla.
El programa fue bueno, y para todos aquellos que no vivimos la época, las imágenes todavía conmueven. La valentía del cura Dubois en La Victoria estremece. La brutalidad de policías y militares, cuarenta años después, impacta.
Pero la pregunta es ¿por qué el golpe no se ha apoderado de la agenda? Y la respuesta es simple: La mayor parte de sus protagonistas han muerto y -lo que es más importante- porque la mayoría de los actuales votantes ni siquiera habían nacido.
El padrón electoral actual tiene 13 millones de chilenos. De ellos, sólo el 28 por ciento tenía más de quince años en 1973 (y la cifra es bastante menor si al padrón se le sacan los 500 mil muertos que siguen en él).
Chile es otro país después de cuarenta años. Los problemas son otros y los votantes son distintos. Los abusos, la reforma tributaria, la distribución del ingreso, el acceso a la salud, son mucho más relevantes que los temas del pasado.
Pese a ello, es probable que aparezcan algunos otros reportajes que conmemoren el hecho. Y probablemente la mayor parte de ellos tendrá el mismo defecto del programa de Vicuña: no mostrar el contexto. De por qué se produjo y por qué -finalmente- una mayoría les pidió a los militares que derrocaran a Allende.
Algunos pedirán que se muestre el Congreso de Chillán del Partido Socialista que justificó la llegada al poder por la vía armada. Otros que se muestre el desastre de la "revolución con empanadas y vino tinto". Y tendrán razón. Sólo se puede entender el golpe si se ve el contexto. Eso explica que personeros como Boeninger dijeran que el golpe era inevitable, que Aylwin dijera que las fuerzas armadas salvaron a Chile o que Frei Montalva dijera que los militares fueron llamados por la población. Aunque, por cierto, esas frases sólo son atribuibles a los primeros meses, y no pueden transformarse en una justificación de los otros 17 años, como burdamente trataron de hacer muchos.
Pero para la campaña es irrelevante. El golpe de Estado ha dejado de ser un tema electoral.
Desde que nací escuché decir "deberá pasar una generación para que se acabe la división en torno al golpe". Pues bien, esa generación ya pasó. Si usted tiene más de 55 años y está leyendo esta columna, es un "sobreviviente", pero lamentablemente ya forma parte de una minoría del país.
Las preguntas seguirán siendo válidas. ¿Quiénes fueron los verdaderos culpables? ¿Cómo Chile llegó a eso? ¿Y cómo el país salió de eso? Pero la respuesta no estará en las urnas.
Pese a ello, los chilenos deben seguir recordando esa fecha para que nunca más ocurra algo similar. Algo así como los europeos recuerdan 1914. Porque, aunque no sea un tema de campaña, lo peor que le puede pasar a Chile es que -como decía un escritor estadounidense- el paso del tiempo condene al olvido la memoria de un país.