G. K. Chesterton (1874-1936), un clásico de las letras inglesas, fue poeta, crítico literario, novelista, ensayista, biógrafo y uno de los más polémicos periodistas de su época. Tal vez sea injusto que sus títulos más leídos sean relatos de misterio - El candor del padre Brown , El hombre que fue jueves -, pero si tenemos en cuenta que Chesterton ha sido uno de los pocos que trataron el género policial desde un punto de vista teológico y que esos libros contienen todo el humor, la chispa y el talante paradójico de su autor, la popularidad de ellos está ampliamente justificada: ahí hay entretención de calidad, un estilo fresco e incisivo y, sobre todo, una conciencia narrativa elevada, que confía en el lector y lo vuelve cómplice del material escrito.
William Blake y otros temperamentos contiene nueve estudios dedicados a diferentes personajes de la literatura o a figuras históricas del pasado. El más extenso es el que se ocupa de Blake y comprende las tres cuartas partes del volumen (117 páginas). El gran poeta, dibujante, pintor y grabador que vivió entre fines del siglo XVIII y comienzos del XIX fascina, intriga e irrita en igual medida a Chesterton y gracias a la agudeza de su pluma podemos, en parte, acercarnos a este genio incomprensible o bien quedarnos en ayunas cuando la enigmática mentalidad de Blake nos hace perder el camino (o consigue empantanar a Chesterton).
Curiosamente, los poemas mayores de Blake -"Canciones de inocencia y experiencia", "Las puertas del paraíso", "El libro de Urizen"- son apenas tratados y muy a la pasada, con ocasionales transcripciones de versos que poco dicen sobre el poder lírico del creador. Chesterton descarta de modo tajante la palabra "romántico" y sitúa al artista como heredero de la Revolución Francesa, aunque lo haya sido de forma muy singular, como un místico, un mago, un vidente que forjó un legado de símbolos e imágenes donde se funden pesadillas apocalípticas con encantamientos pastorales. Los cuadros de Blake pueden ser feos, incluso monstruosos o también inspirados, potentes, precursores de representaciones figurativas que se generalizaron a partir de la década de 1920.
Chesterton detesta el impresionismo y lo dice una y otra vez; de ahí su vehemente atracción por una obra pictórica de trazos y colores tan fuertes que llegan a ser ofensivos. Lo que más le impacta en Blake es, asimismo, lo que más le repele de él: la absoluta imposibilidad de entenderlo a cabalidad, como hombre, como ciudadano, como portavoz de símbolos arcanos, que eran claros únicamente para él. Incuestionablemente, fue muy excéntrico (quiso andar desnudo por todos lados junto a su mujer y ella, más sensata, se opuso) y en ciertos asuntos, muy insoportable (las relaciones con sus benefactores dejan mucho que desear). Chesterton se detiene en los efectos prácticos de tales conductas y en los resultados que podrían haber tenido en sus libros y en sus lienzos. Tras un lúcido, empático, vertiginoso análisis, llega a la conclusión de que Blake estaba loco. Quizá no loco de remate ni para ser internado; sin embargo, no podemos llegar a él sin pasar por cierta dosis de locura.
El resto de las piezas son reseñas que Chesterton hizo para diarios o revistas y si bien todas son amenas y poseen su gracia distintiva, unas son menos relevantes para nosotros que otras. Así, Carlos II, el monarca de la Restauración; William Morris, eminencia victoriana, y Girolamo Savonarola, quemado por denunciar la corrupción de los Medici son, desde luego, personalidades interesantes, aun cuando no poseen el hechizo de Blake.
En cambio, Charlotte Brontë sigue siendo una de las escritoras más apasionantes de todos los tiempos, y Jane Eyre es una creación que continuará gozando del fervor popular. Ese himno al resentimiento, al amor ciego, a la tozudez de una muchacha sin belleza, encarnado en una heroína que vive para sí misma e ignora la realidad, es, qué duda cabe, una de las ficciones supremas de la narrativa británica. Lo mismo puede decirse de Robert Louis Stevenson y de El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde . Lord Byron fue la primera estrella del mundo moderno y lo pagó muy caro, siendo muy joven. En cuanto a Tolstoi, Chesterton aporta una perspectiva algo insular, a diferencia de lo que nos cuenta de San Francisco de Asís, porque en su calidad de católico practicante, siente una afinidad especial por el asceta italiano.
Así, William Blake... muestra una faceta brillante de un escritor heterodoxo, inclasificable, siempre sorprendente.