Jerónimo (Cristóbal Palma) es un hombre solo, vive en una casa vieja y grande cerca del centro de Santiago y arrienda habitaciones a estudiantes extranjeros. Usa una barba de dimensiones bíblicas, no se le conocen amigos y dedica sus días a reparar y pintar los espacios de la casa. Es una vida cerrada, doméstica y casi monástica. Más tarde alguien lo definirá como un sujeto "raro".
En calidad de arrendataria de una pieza llega Sanna (Ragni Ørsal Skogsrød), una joven actriz noruega que viene a dictar un taller de teatro en una escuela deprivada de Quilicura. Sanna tiene un interés social casi abstracto: ayudar a niños en riesgo social, de esos que no existen en Noruega. No ha elegido África ni Centroamérica, sino un lugar del planeta que es tan remoto como el suyo.
El encuentro entre Jerónimo y Sanna es casual, pero no lo parece: hay un punto, un "momento hermenéutico" que le ofrece un sentido nuevo, extraño pero no inesperado. Ese punto está en la mitad del metraje y parte a la película en dos, un choque, o un roce, entre la exploración y la contradicción. Es la aparición del tercer personaje, Milton (Isaac Arriagada), un adolescente con problemas delictivos, que necesita refugio por unos días y al que Sanna consigue llevar a la casa de Jerónimo a pesar de su resistencia instintiva.
Milton es un flaite en toda la línea, lo que quiere decir que es un niño en peligro, un jovenzuelo seguro en sus experiencias de la pobreza y al mismo tiempo vulnerable en un sentido que no es puramente social, sino también personal, que le teme al aceite hirviendo y a las vidrios rotos mucho más que a los pandilleros de su barrio. Milton se integra a la casa y por unos minutos los tres parecen una familia.
El desenlace es abierto, pero desconsolador. No propone una tesis social, sino una idea triste del estado de la sociedad, y cuando Sanna recrimina a Jerónimo por su aislamiento ("en Chile, mucha gente está como tú"), parece decir una verdad, aunque su conclusión no sea la que desearía.
Las cosas como son guarda cierta continuidad con el primer largo de Lavanderos, Y las vacas vuelan, donde otro extranjero, un joven danés, arrojaba algunas luces sobre la condición de Chile. Como en aquella, en Las cosas como son los protagonistas pasean por un Santiago en continua destrucción y construcción, una ciudad inestable, con rincones bellos pero también herida por unas fronteras invisibles.
En este segundo largo, Lavanderos -que fue uno de los precursores del cine chileno "novísimo"- se muestra más sólido, más seguro de sus recursos fílmicos (hasta hay un pasaje trabajado como un thriller) y más atento a las tensiones de su historia. Es, claro, otra cinta más sobre la perplejidad en el Chile actual, otro gesto sobre la malaise colectiva cuyo protagonista, como la de Gloria, ve pasar por su espalda una marcha estudiantil.
Las cosas como son. Dirección: Fernando Lavanderos. Con: Cristóbal Palma, Ragni Ørsal Skogsrød, Isaac Arriagada, José Miguel Barros, Sally Kirchener, Will Porter. 90 minutos.