La política se ha tomado de nuevo la agenda.
En el año 2011 la emergencia de las movilizaciones estudiantiles, el movimiento más notable y más influyente de las últimas décadas, dejó a la política y a los políticos relegados a un segundo plano, casi en un rincón.
Todavía más, en un momento, en el más álgido, dio la impresión de que los estudiantes mandaban y los políticos obedecían. Los estudiantes tomaban la iniciativa y los políticos se replegaban calculando sus palabras y propuestas para no irritar al movimiento, teniendo en cuenta el enorme respaldo a sus demandas y la potencia de sus manifestaciones en la calle.
El año pasado, a partir de una elección municipal exitosa y muy significativa y especialmente este año con la elección presidencial y parlamentaria, la política ha regresado al centro del escenario. Sin embargo se enfrenta a una modificación de la escena. Soplan de nuevo vientos de cambio y el mundo político tiene al frente una duda muy profunda sobre su legitimidad.
El movimiento estudiantil y otros movimientos también han levantado demandas que tienen un apoyo ciudadano mayoritario, consistente y permanente en el tiempo.
No es solo la calle, no son solo las marchas las que modifican el paisaje social del país, es la sociedad chilena la que ha cambiado profundamente.
El resultado del éxito chileno en la economía y también en la política ha sido la transformación del país en una sociedad de clase media por entero distinta a aquella de hace 20 años, cuando se generó el discurso político que ha predominado en estas décadas. La sociedad ha evolucionado hacia el futuro y el discurso político se retrasó, no comprendió a tiempo el cambio, no supo interpretarlo con rapidez y perdió credibilidad.
Por otro lado, si bien la gente sigue votando masivamente, el propio origen del mandato de los electos enfrenta dudas sobre su legitimidad. La prolongación más allá de lo prudente del sistema binominal se va transformando en la crónica de una crisis que llegará tarde o temprano. La porfía en su mantención solo generó más demandas por más cambio en el sistema político.
La demanda por votar y participar se amplía y la oferta del sistema político prisionero en el binominal sigue fija. En cualquier plano un desajuste entre la demanda y la oferta detona más lento o más rápido una crisis de proporciones.
En un plano más general, los grandes acuerdos de los 90 que nos dieron por largo tiempo estabilidad política y crecimiento económico han cumplido su cometido y se han agotado sus efectos. El país requiere de nuevos cambios y nuevos acuerdos.
Esos son los factores que determinan la esencia del desafío nuevo que tensiona y exige más calidad a nuestro sistema político.
Una clase media mayoritaria, políticamente moderada y socialmente exigente, un sistema electoral que prolonga su estado terminal y un país que para llegar al desarrollo requiere de nuevos y más cambios.
La propia gobernabilidad depende de la inteligencia y decisión con que acometamos esos cambios y construyamos esos nuevos acuerdos.
Una música de fondo empapa la escena, la búsqueda de la igualdad y el rechazo al abuso.
Dos peligros nos acechan: la mantención del statu quo y la confrontación. Si queremos paz, impulsemos los cambios. Si queremos cambios, busquemos los acuerdos y alejemos la confrontación.
Enrique CorreaEx ministro Secretario General de Gobierno