Aunque parezca increíble, la estructura básica del sistema de partidos en nuestro país tiene su matriz ideológica en 1932. Todo ha cambiado, pero la genealogía es clara en la derecha y en la izquierda. Donde no existe tal genealogía es en el centro. Mucho se ha escrito sobre la diferencia que significó el paso de un centro negociador, como había sido el Partido Radical, a un centro ideológico que no buscó negociar, sino perseverar en su camino propio, como fue la Democracia Cristiana, con las consecuencias que sabemos. También se ha dicho hasta el cansancio que la DC se asemeja al PR en su declinación. Sin embargo, eso se está diciendo hace 30 años, más de la mitad del tiempo que gobernaron los radicales. La DC como centro político ha sido harto más longeva, más de medio siglo, y también más exitosa. Aprendió la lección y en la restauración de la segunda crisis dramática del siglo construyó junto a la izquierda la coalición más duradera, estable y con mayor popularidad que conoce la historia de Chile.
Ahora el centro cambia. Lo paradojal es que cambia porque a una parte del partido que lo representaba ya no le interesa representarlo. La candidatura de Claudio Orrego en la primaria fue un impulso claro en posicionar a la DC en el centro y buena parte del aparato partidista lo dejó solo. Algunos de sus parlamentarios ya no son de centro. Unos, porque no están dedicados a la política, sino al poder puro y duro para ganar bajo el cobijo de un liderazgo despampanante, y otros porque finalmente creen poco en el modelo construido. La DC será lealmente parte del gobierno que posiblemente triunfe, pero en el fondo una buena parte de su masa crítica y de sus electores se quedaron sin casa, cansados de intentar remodelarla por dentro.
Los sin casa no son solo ellos. Uno de los fenómenos más originales de la política actual es que el centro se ha hecho plural. Estamos ante la coyuntura del cambio de ciclo del centro. Las analogías históricas son peligrosas, pero tentadoras. La alianza de centroizquierda del Frente Popular terminó en una alianza de centroderecha, y con los radicales dispersos, minoritarios y sin foco programático. No habrían ganado el 46 si la derecha no se hubiera trenzado en una lucha intestina llevando dos candidatos. Ese período terminó en el triunfo de Ibáñez el 52, cuya bandera era contra los partidos y la política. Mientras el centro se pulverizó, surgía uno nuevo, la DC, que hacia finales de la década inició un auge electoral impresionante.
Creo que ese es el ciclo que estamos viviendo, la formación de un nuevo centro político. Posiblemente se retrasó por el liderazgo de Bachelet. De hecho esta elección habría sido totalmente distinta sin ella. Por ahora, su subsidio a los partidos que representó en la primaria y a la Nueva Mayoría es sustantivo por sus votos y por los que les chorrean a sus parlamentarios. Por eso es un escenario más coyuntural que estructural.
El próximo período presidencial va a ser difícil. Resulta increíble que en estos tiempos los problemas de la productividad, de un crecimiento que supere el capitalismo salvaje por uno civilizado y competitivo, el peligro de vivir de materias primas, estén tan ausentes del debate cuando sin ellos las justas demandas por igualdad pueden estrellarse con el muro de la frustración. Por lo mismo, el centro adquirirá progresiva importancia.
La germinación de un nuevo centro es una tendencia de mediano plazo. No se sabe mucho ni cuántos ni quiénes son. Ahí están los liberales desencantados de la izquierda, sectores democratacristianos, los que votaron por Orrego, los que votaron por Velasco, la derecha liberal y tantísimo independiente. Lo fantástico es que ninguno de ellos tiene candidato. Votarán por sus alianzas, más por fidelidad histórica que por vocación de futuro. Pero se irán juntando. Por de pronto, habrá una bancada transversal en muchos proyectos, confluirán en redes sociales, en centros de estudio, tendrán influencia en la opinión, y si el binominal lo permite, pueden conformar partidos que constituyan una alianza entre sí. Esa será la diferencia entre un centro fragmentado y un centro plural que contribuya a dar gobernabilidad, a formar coaliciones más flexibles que las actuales, que de estables se han vuelto rígidas.
Este centro variopinto de hoy, que está inserto en sus alianzas un poco de allegados o los que andan husmeando una nueva casa, será un fenómeno nuevo digno de ser observado en el tiempo que viene. A condición, claro, de que perseveren en su convicción y de que las redes del poder no les abriguen demasiado los pies.
Sol SerranoHistoriadora