Vieja amiga de tantos martes o miércoles de insomnio, cuando he estado sentado horas frente a ti, esperando que una columna aparezca. Ya te conozco y tú bien me conoces a mí, sabes de mis vacíos, de mi extrañeza, de mis limitaciones, de mis manías escriturales, de mis desalientos y de mis ganas. Hemos trabajado codo a codo por años y he aprendido a no temerte, a saltar sobre tu nada, a abrazar tu inquietante silencio. Nunca me has fallado, siempre he terminado por encontrar en ti algo que no sabía que encontraría, eso que florece cuando las palabras se ponen a danzar, a jugar, a errar solas.
Porque tú eres la gran compañera de la errancia: ¿escribir no es acaso itinerar, salir sin rumbo cierto de un lugar e internarse en un territorio abierto, donde muchas veces no sirven ni las brújulas ni los manuales ni los mapas? He aprendido a abrazarte, página en blanco, al filo del alba.
Pero hoy te me resistes como nunca. No sé qué es lo que pasa. Es como si quisieras, con tu inusual resistencia, decirme algo. Lo preocupante no es que yo no tenga nada que decir: eso siempre, o casi siempre, es y ha sido y debe ser así. Pero parece que esta vez no quieres recibir mis palabras, esas sondas que envío a tu espacio a explorar, para que vayan haciendo una huella, abriendo un camino. Pareces decirme: "Necesito otras palabras, tus palabras ya no sirven, mi vacío no las quiere, no las soporta, necesito palabras venidas de muy lejos, de otra parte, palabras nuevas, vírgenes de todo prejuicio".
Siento un escalofrío en la espalda: ¿tu vacío ya no será un vacío invitante y te convertirás en un muro, un límite en el que rebotarán todas mis imágenes e ideas? ¿Qué ha sucedido? ¿Yo he cambiado, tú has cambiado? ¿O es el mundo, el piso firme que nos sostiene, el que está cambiando, y las páginas en blanco las que están rechazando como a cuerpos extraños a las palabras con que nombrábamos antes el mundo?
Eso es lo que siento, mientras me deslizo cauteloso y asombrado por tus bordes. Aventuro una hipótesis: el mundo está cambiando tanto, a tal velocidad, que todas las columnas, las opiniones, los discursos, comienzan a entorpecer como cadáveres las señales de una nueva vida que apenas vislumbramos, pero que exige un nuevo aire, un nuevo trato. Sí, hay una vida nueva ahí afuera, y nuestras palabras envejecieron sin que nos diéramos cuenta y se convirtieron en camisas de fuerza. ¿Qué hacer, entonces, página en blanco? ¿Adónde ir a buscar las nuevas columnas, las nuevas noticias, los nuevos titulares, las bajadas que no huelan a naftalina, a ropa vieja?
Aquí estoy, en el año 2013, rodeado de mucha información, creyendo que estoy conectado con el mundo, pero con la sensación de que algo no calza, de que algo quiere romper el cascarón y estallar, florecer, nacer, y que lo que escribimos y pensamos ya no sirve para dar a luz.
Es de noche y veo desde mi jardín las mismas estrellas muertas en el cielo que vieron cientos de generaciones antes de mí. ¿No seremos -los que tenemos tribuna para opinar- estrellas muertas que almas jóvenes están viendo desde otro lugar, desde otro tiempo, simultáneo al nuestro, pero distante?
Página en blanco: tengo que dejarte, tengo que ir afuera, a buscar la salida a la trampa levantada y sostenida por nuestras construcciones mentales del mundo, que ya no coinciden ni sirven para avanzar a campo traviesa. Pero no puedo hacer solo este viaje: soy apenas un columnista, un opinante de jueves por medio, necesito encontrar a otros que estén sintiendo lo mismo que yo, ahora ante sus propias páginas en blanco. Tenemos que ir juntos a reparar el motor del alba, como dijera Vicente Huidobro. Estamos en pana en el desierto. El guión se estropeó y no hay ya piezas de recambio. Pero, ¿cómo mudar de piel, cómo mirar de frente la luz de un presente que desconocemos y nos ciega? ¿Tú no lo sabes, página en blanco? Página en blanco, dímelo tú, que eres mi única certeza, tal vez la última certeza.