Señor Director:
Sylvia Eyzaguirre, en
carta del 24 de julio, incurre en una clásica falacia de los defensores del actual modelo: calificar de dictadores a quienes planteamos una alternativa distinta. No se hace cargo de que el actual modelo educacional no surgió precisamente de la deliberación de la ciudadanía, ni ha sido sometido realmente a esta en ningún momento: ni en los 80, cuando se impuso a sangre y fuego (tras años de cierres de carreras, expulsión de estudiantes y desmantelamiento de cuerpos académicos), ni en las décadas posteriores.
Por lo demás, en la más reciente elección que ha vivido el país triunfó con claridad una candidatura que optó por hacer suyas varias de las consignas principales del movimiento estudiantil, mostrando que hoy la mayoría de Chile demanda transformaciones profundas, a pesar de que algunos "expertos" prefieran fingir sordera ante el clamor de la gente.
Lo anterior, claro está, no hace de dicha candidatura ni de su coalición necesariamente las depositarias de las aspiraciones que el movimiento ha reivindicado. Cada militante que lucra con la educación, cada parlamentario que vota a favor de proyectos que favorecen el avance del mercado educativo, así como cada experto que defiende el statu quo vestido con ropajes progresistas, no solo genera "desconfianzas", sino un problema concreto para un eventual gobierno. Ello es especialmente preocupante porque sus propuestas en educación tienen más zonas grises que claridades, y si esas zonas grises se aclaran con los tecnócratas de siempre -como parece indicar los nuevos miembros de su comando- o con los parlamentarios que hace pocos días vimos en "Contacto", probablemente el gatopardismo sea el resultado.
La única forma de que una reforma educativa responda a los intereses mayoritarios es que sea diseñada y ejecutada en conjunto con quienes, desde un comienzo, hemos tenido la voluntad y coherencia de poner los temas sobre la mesa.
Los derechos son tales cuando no están mediados por la capacidad de pago. Pero además en la educación, quien quiera sostener dicho estandarte tendrá que hacerse cargo de cerrar la llave de fuga que ha significado por años el negocio educativo, que eleva los precios año tras año sin que esto se traduzca en un crecimiento equivalente en infraestructura, docencia o extensión.
Andrés FielbaumPresidente de la FECh