Ese era el lema de campaña de Pablo Longueira. Y aunque no se haya precisado su contenido, eran palabras exigentes, qué duda cabe. Por eso, lo mínimo que se le pide al nuevo candidato de la Alianza es que siga el derrotero de quien ganara legítimamente la primaria desplegando esa bandera.
Ciertamente, no se trata de contemplar un epitafio, sino de profundizar en un ideal. Porque todavía unos pocos políticos se acuerdan en Chile de que existen los ideales, y Longueira es uno de ellos.
Quien lo siga, entonces, tiene el mandato de procurar ser justo. Y el primer deber de justicia lo tendrá el nuevo candidato con sus propios electores -los 800 mil que apoyaron la causa aliancista-, a quienes no les cabe duda alguna de que debe haber un solo postulante. No es que la doble opción en primera vuelta sea inmoral, pero, ponderadas las variables afectivas, programáticas, económicas y logísticas, ¿alguien preferiría ácidas disputas, diferencias conceptuales, gastar el doble y dividir las energías, en vez de articularlo todo en una propuesta común? Parece más justo hacer un esfuerzo grande antes del 19 de agosto, que entre ese día y el 17 de noviembre, ¿no?
Nominado el candidato único, a esa persona le corresponderá asumir la justicia como línea conductora, anunciando que su programa protege y promueve los grandes bienes que expresan la dignidad humana: la vida desde la concepción hasta la muerte natural; la integridad del matrimonio y de la familia; la libertad de los padres para educar a sus hijos; la capacidad de asociación; la dignidad del trabajo.
Si la candidatura de la Alianza dejara alguna duda en estos temas, si no hubiera en ella un decidido No al aborto, No a la promiscuidad, No al control estatal de los hijos, No a la castración de ideas e iniciativas, No al abuso contractualmente formalizado, su empeño nacería sin afanes de justicia, estaría viciado desde el origen.
Un tercer deber de justicia le exigirá al candidato ser muy inteligente. Todas las soluciones justas para cada persona, para cada grupo, están disponibles a la inteligencia humana si se la aplica a fondo. Basado solo en unos pocos principios y no acorralado por los dogmas de la ideología, el candidato de la Alianza puede manejar mucho mejor el instrumento capital de la justicia: la inteligencia creativa.
Por eso mismo, el candidato aliancista deberá, además, ser muy valiente: también hoy lo exige la justicia. Habrá que develar en los adversarios electorales tanta palabrería hueca, tanta semántica calculada para engañar, tanta fórmula mágica que deviene en tragedia. Nunca ha habido posibilidad de ganar una elección importante -el lavinismo así lo demostró- si se prefiere evitar la confrontación, buscar el consenso, parecer encantadoramente similar a quien es un rival definidamente diferente.
Pablo Longueira iba a conseguir millones de votos de indecisos, precisamente por su capacidad para mostrarles de qué modo los están intentando engañar. Porque a los más débiles solo se los conquista aniquilándolos o fortaleciéndolos. Esa es la disputa entre la mirada de la Concertación más el PC -aniquiladora, para controlar- y la postura de la Alianza -fortalecedora, para desarrollar-, lo que le exige al candidato que reemplace a Longueira usar palabras directas y rotundas. ¿Existe ese candidato?
Si los partidos de la Alianza dicen que no, será señal de un rotundo fracaso. Pero para animarse a dar con esa persona, tienen que superar, por cierto, el temor a la derrota. Quizás les sirva pensar que sería dramático ganar -o perder- traicionándolo todo, dejando a Longueira muy atrás en el tiempo y en los afectos.