Este es el documental más autobiográfico que haya filmado Ignacio Agüero. Pero, como cabría esperar de Agüero, no es autobiografía en cuanto al relato de su propia vida, sino una exploración en las enrevesadas conexiones de esa vida con la historia y la sociedad que le tocaron. En el centro de esa búsqueda no están tanto las historias, sino la luz, ese milagro que condiciona todas las decisiones y la existencia misma del cine.
El relato –por así llamarlo- se inicia cuando “el otro día” se reunieron la luz del sol con una fotografía perdida de sus padres en la isla Quiriquina, en 1945, cuando él era un oficial de la Armada y ella una jovencita a la que sus padres le aconsejaban no casarse con un marino. La historia convertiría a la Armada en una institución cruel para su familia después del golpe de Estado de 1973, pero Agüero retiene su amor por el mar con unas fantasmales imágenes de los icebergs antárticos (posiblemente retazos de su mediometraje Sueños de hielo, 1993).
La conexión entre estos recuerdos fragmentados y el propósito narrativo de la película es hasta cierto punto enigmática. Agüero decide que a cada persona que toque el timbre de su casa de Providencia le pedirá que le permita visitarla en la suya. Este es el principio de la sociología –el interés en el otro como parte de una comunidad-, pero El otro día no tiene pretensiones sociológicas, sino más bien antropológicas y urbanísticas. Mientras tiende en un mapa las líneas desde su casa hacia esos otros hogares distantes, Agüero dibuja, sin subrayarlo, el drama de una ciudad partida entre el bienestar y la pobreza.
Parece una paradoja que mientras Agüero vive un lugar apacible, donde puede mirar a un gato y a los pájaros y a un árbol retorcido cuyas ramas se parecen a las nervaduras de la ciudad (y de la memoria), sus visitantes habiten en lugares precarios, distantes, contaminados y pobres, con moradores que laboran en los límites de la subsistencia. No son muchas visitas –siete en total-, pero bastan para trazar la geografía de una sociedad quebrantada por la desigualdad. Es una cinta lenta, pero dolorosamente lenta, a la que resulta difícil pedirle más síntesis, porque el nervio no es lo suyo. De su morosidad depende, en buena medida, la tristeza que comunica.
El toque final resume el espíritu de El otro día. Una joven, Estibaliz Uzabeaga, recién egresada de estudios en dirección de arte, toca la puerta del cineasta para pedir empleo. Éste la visita en su casa de Valparaíso. En los últimos segundos del metraje, Estibaliz Uzabeaga aparece como la realizadora de los créditos de la película.
No hay más que decir.
Dirección: Ignacio Agüero. Con: Ignacio Agüero, Manuel Valenzuela, Verónica Astorga, Felipe Agüero, Estibaliz Uzabeaga. 122 minutos.