Lo que más me impresiona en las imágenes de la entrevista que le hizo la TV a Belén -la niña de 11 años que resultó embarazada tras reiteradas violaciones de su padrastro- es su naturalidad. Ella juega con su muñeca y habla de las mismas cosas de las que hablaría una niña de su edad que no hubiera sufrido esa tragedia. Su abuela no se dio cuenta de lo que estaba pasando a su nieta, la llevó al médico solo porque se quejaba por dolores estomacales.
Una de las cosas terribles en los abusos a menores es precisamente esa. La víctima no puede gritar, retorcerse o rasguñar la cara del agresor. Ni siquiera puede deshacerse en lágrimas que le proporcionen una mínima defensa psicológica. Todo queda guardado en ese lugar misterioso que es el interior de un niño. Nadie puede asegurar, ni siquiera ella, que bloqueará esos recuerdos, quizás por años. Hasta que afloren por vías muy distintas y tengan consecuencias. Para entonces, décadas después, serán inexplicables.
Las reacciones ante un hecho así son comprensibles, ¿cómo es que Chile aún no tiene una legislación que permita resolver esos problemas? "Castración para el autor, aborto inmediato para la niña", dice la calle.
Quien, en este contexto, aparezca oponiéndose al aborto será presentado a la opinión pública como un monstruo insensible, como un personaje de caricatura que solo se interesa por sus sagrados principios morales sin preocuparse para nada de que esa niña quede hundida en la desgracia. Además, si es hombre, no tendrá siquiera derecho a abrir la boca, porque el aborto es un tema sobre el que solo tienen opinión las que son capaces de gestar.
Pienso, sin embargo, que las cosas no son como parecen. Más allá de la buena intención de quienes proponen el aborto como solución para Belén (e incluso le ofrecen pagar un pasaje a Uruguay, donde el aborto es legal), el hecho es que el recurso al aborto constituye la manera más directa de sacarse el problema de encima. La niña va al hospital, sale del hospital, y aquí no ha pasado nada. Todos tan tranquilos.
Hoy discutimos y nos apasionamos por el tema. Sufrimos por el hecho de que en nuestro querido país ocurran cosas semejantes. Si en Chile hubiese aborto, ni siquiera sabríamos del tema. Para nosotros, Belén ni siquiera tendría nombre.
Una violación es algo horroroso, casi inimaginable, y no hay aborto en el mundo capaz de borrar esa herida. Más bien se le agrega otra, aunque quien hable de las consecuencias psicológicas del aborto se expone a sufrir todo tipo de bullying .
El caso de la guagua de Belén nos pone delante de algunas preguntas fundamentales: ¿Existe algo en nuestras sociedades que sea absolutamente inviolable? ¿Hay algún bien que debamos respetar de modo incondicional? Y si ese bien no es la vida humana, entonces, ¿cuál podría ser?
Hay personas, sin embargo, que piensan que no existe un bien semejante. Consideran que todos los bienes, incluido el derecho a la vida, pueden ser sacrificados en virtud de un objetivo mayor. En este caso, por ejemplo, piensan que el bien de la vida del niño o la niña que está en gestación puede eliminarse a favor del bienestar de Belén. No les faltan medios para defender su postura, incluido el transformar al no nacido en un mero conjunto de células.
Además, tienen la ventaja de que ante casos tan duros como este, resulta difícil y hasta indeseable razonar con frialdad.
Sin embargo, aunque entendamos su postura, lo mínimo que podríamos pedirles es que la destrucción de esa vida humana se sujete a ciertas condiciones elementales. Si le vamos a aplicar la pena de muerte, la niña o el niño no nacido debería contar, al menos, con un abogado que lo defienda, un tribunal que escuche sus razones para vivir, y una corte a la que pueda apelar en caso de que el tribunal de primera instancia se equivoque.
Nada de eso sucede en esta pena de muerte singular que llamamos aborto. Corremos el riego de que el dramatismo del caso de Belén nos ciegue hasta el punto de hacer cosas igualmente terribles.
Los contrarios a la pena de muerte, entre muchos otros argumentos, señalan que es un disparate aceptar la pena capital cuando los jueces pueden equivocarse y aplicarla a un inocente. La pena de muerte es irreversible, y esa irreversibilidad es una razón para excluirla. No veo por qué no podría valer lo mismo para el aborto.
Si ni siquiera a un padrastro violador estamos dispuestos a quitarle la vida, entonces no se la quitemos al hijo o la hija de Belén.