Schubert tenía 27 años y ya sabía que estaba enfermo de muerte cuando, en 1824, redactó su Cuarteto Nº 14 "La muerte y la doncella", una de las cumbres de la música en general y la de los cuartetos de cuerdas muy en particular. Arruinado económicamente, débil, lastimosamente infeliz, según sus propias palabras, su obra es un refugio de goce y congoja a un tiempo; una angustia dulce, que ampara y que entrega esperanza al resto de nosotros por la enormidad de su belleza: qué otra cosa podría darla.
El martes pasado, en un concierto que está entre lo mejor que se haya escuchado en Chile en el último tiempo, el Cuarteto Leipzig (Stefan Arzberger, primer violín; Tilman Buening, segundo; Ivo Bauer, viola; Matthias Moosdorf, chelo) hizo una entrega perfecta de esta pieza: desde el unísono filoso y bien plantado con el que comienza el Allegro , seguido por un complejo desarrollo repleto de ideas geniales, el conjunto alemán mostró que es capaz de dar cuenta del monumento schubertiano como pocos. El sonido del Leipzig es impresionantemente equilibrado y diáfano, y su técnica brillante es apenas un medio para conseguir una total comunicación musical entre ellos y con su audiencia. En el famosísimo tema con variaciones del segundo movimiento, una música con la que literalmente se puede aprender música, un Teatro Municipal de Las Condes inusualmente entregado y silente siguió la presentación y las cinco variaciones con recogimiento. Para destacar, entre infinitos aciertos, el brillo de Arzberger en sus comentarios geométricos y entrecortados en la primera variación; Moosdorf en la segunda, con el precioso tema confiado al chelo; y todo el conjunto en el dramático crescendo , logradísimo, que precede al final extinguido de ese movimiento. El Leipzig demostró que es dueño de esta obra y que la comparte con una generosidad que emociona.
Antes el conjunto había tocado dos cuartetos de Haydn -el Op. 20 Nº4 y el Op. 50 Nº1- con igual maestría. Como encore ofrecieron una verdadera rareza: una brevísima pieza de Wagner, dedicada a su mujer, Cosima, y fechada en Palermo, en diciembre de 1881, que quedó insertada en la partitura de "Parsifal" como una Albumblatt : una hoja de otoño que se guarda en un libro. El viola del Leipzig, Ivo Bauer, la arregló para cuarteto a partir del manuscrito para piano, con un resultado estremecedor. Aquí la belleza no fue el comienzo de lo terrible, como escribía Rilke, sino el final: el fin.