Desde que el hombre comenzó a razonar sobre su destino político y social, aparecieron doctrinas que aspiraron a guiar sus pasos. Han sido simples elucubraciones, planteamientos abstractos y también cuerpos ideológicos manejados por organizaciones partidistas, valiéndose de la persuasión y a veces de los medios violentos.
La reciente elección primaria ha mostrado las tendencias ideológicas que operan desde hace dos siglos y no cejan en el propósito de imponerse. Afortunadamente, en nuestro país ha ido primando la cordura y hoy día se plantea un futuro razonable.
El liberalismo fue la doctrina triunfal durante el siglo XIX, con su confianza en el individuo y la libertad de acción en la economía y la política. El resultado fue sorprendente: capitalización, inversión, producción, comercio y progreso material, a la vez que los ciudadanos comenzaron a disfrutar de mayor libertad y participación en la política.
Según los pensadores del liberalismo, los beneficios de la libre empresa debían derramarse al resto de la sociedad hasta los sectores más modestos. Ello ocurrió en parte, aunque quedaron bolsones de pobreza que por el momento fueron ignorados.
Paralelamente, con poca fuerza en un comienzo, se iniciaron ideologías socialistas, comunitarias, estatistas y anarquistas que con voz estridente llamaron la atención hacia los estratos populares.
A medida que avanzó el siglo XX, el marxismo pasó a tener un papel tutelar en el bajo pueblo y, en cierta medida, en los sectores medios. Las contradicciones sociales y económicas debían terminar con una revolución que condujese al poder del proletariado. Había que destruir el sistema y para ello cualquier método era bueno.
El marxismo parecía una fuerza triunfal, pero su fracaso se expresó desde el primer momento. Nunca ocurrió el levantamiento proletario que debía terminar con el sistema capitalista, burgués y liberal. En cambio, la revolución se impuso en la Rusia rural y nobiliaria y debió ser afianzada por el ejército y la policía rojos.
La historia de la Unión Soviética es conocida: dictadura del proletariado, millones asesinados, encierro territorial e ideológico, difícil desarrollo económico orientado al poderío militar, pobreza generalizada y, finalmente, el derrumbe.
No fue mejor la suerte de las naciones satélite. Cae el Muro de Berlín y luego la Cortina de Hierro se desintegra. En China el fracaso del marxismo es impresionante. En la plaza de Tiananmen grandes masas de estudiantes, que han recibido los beneficios del Estado socialista y la educación, se reúnen para solicitar lo único que les falta: la libertad, y son masacrados.
El país amarillo mantiene la rigidez gubernativa del marxismo. Pero su economía adopta poco a poco el régimen liberal, y su desarrollo es abismante. Invade el mundo con sus productos industriales, pasó a ser de las primeras potencias y sus millonarios cuentan entre los más ricos del orbe.
En América Latina el cuadro es igualmente asombroso. Los países que han aceptado las recetas marxistas o estatistas se encuentran en situación de pobreza creciente y eclipse de la libertad. Cuba lleva más de cincuenta años de revolución marxista y pena en la miseria bajo una dictadura implacable. La riquísima Venezuela cada día cae a niveles deplorables y ya no tiene ni papel higiénico. Bolivia con su populismo indigenista permanece estancada, y un país tan rico como Argentina, gracias al Estado de bienestar y ese extraño populismo derivado del justicialismo peronista, se debate en la postración.
El fenómeno general en todo el mundo es el del fracaso del marxismo y el estatismo. Al mismo tiempo, han persistido los principios del liberalismo, reformulado como neoliberalismo, no ajeno a la sensibilidad social y una función discreta del Estado. En esa línea se encuentran los tratados de libre comercio, que en lugar de proteger a las economías tras barreras aduaneras, han facilitado la libre competencia bajo el concepto de que cada uno debe producir lo que mejor puede producir.
Desde hace muchas décadas, el marxismo sistemático derivado de las ideas de Karl Marx y del comunismo militante se ha desintegrado notoriamente; pero no ha dejado de existir. Se ha diluido en tendencias dispares y nebulosas difundidas en inmensos sectores por todo el mundo y ha constituido una especie de mentalidad subyacente, aun en quienes lo rechazan abiertamente. Singular fenómeno que muestra la influencia sutil de las ideas marxistas, sin reconocer el origen.
En nuestro país el panorama es evidente y se ha mostrado en las elecciones primarias. Todos los candidatos y sus organizaciones han exhibido rasgos populistas, muy marcados o tenues, concordando de esa manera con el gran fenómeno que vivimos. Pero a la vez la tendencia del liberalismo ha estado presente y todos los sectores, de alguna manera, la han hecho suya.
Chile disfruta de un alto grado de tranquilidad y pareciera que la persona que gane la Presidencia de la República deberá tener un sentido de equilibrio si desea alcanzar el éxito y la estabilidad.
Sergio Villalobos
Premio Nacional de Historia 1992