Mucha peluquería en Helsinki, pero eso no explica tanta rubia; tanto ojo celeste límpido; tanto cutis transparente... ¡y sin pecas!
(Bueno, a mí siempre me han atraído las rubias; mi propia mujer era, es y seguirá siéndolo).
Pese a todo, uno se puede concentrar en la conferencia mundial de periodismo científico, 850 matriculados, 77 países. En el Ayuntamiento nos reciben con vino chileno. En la conferencia Katriina Palo-Närhinen me saluda con un afecto de corazón, no es rubia, es la editora general de la revista internacional Geo. Chile es su segunda patria, Temuco, más bien, donde viven sus hermanos de intercambio estudiantil en los años 80. "Mis papás chilenos ya han muerto", dice con mucha pena.
En un pasillo conozco a Katherine Duarte, que en Noruega hace su doctorado en comunicación de la ciencia, me hace sentir en casa con su hablar. La sigo en Twitter y escribe en noruego. Morena. Chile sigue vivo en ella.
Los colegas me preguntan mucho cómo ir a visitar los telescopios del norte chileno.
El jefe del programa de becas del MIT para periodistas, Philip J. Hits, muestra cómo en Google uno puede buscar "influenza" y producir un mapa que indica dónde esa palabra ha sido más buscada; el mapamundi se proyecta en el Aula Magna de la Universidad de Helsinki: los dos países que más buscan "influenza" son Sudáfrica... y Chile.
Somos dos los periodistas chilenos en la conferencia.
De repente uno se duerme, un japonés habla en su inglés.
Pero una mañana me siento delante de cuatro estadounidenses: Rose, Lena, Kathleen y Erin (rubia), ninguna mayor de 25. Las cuatro seguramente escriben bien, ninguna publica en papel, todas se expresan en páginas web, además de sus blogs.
No es que sepan diseño, armar videos, o controlar el audio, o generar gráficos interactivos para sus páginas. Bueno, saben todo eso, esas habilidades, esos lenguajes. Pero lo que recalcan es que les apasiona contar historias. "Si crees que poniendo un video en la página web aseguras tu público, estás perdido", dice Kathleen.
No puedo callarme y cuento que partí en periodismo con las linotipias y que me causa admiración cómo ellas hacen de brujos de la tribu con las herramientas de hoy, y siguen creyendo que es el relato lo que importa.
(A mi lado, un australiano juvenil pregunta qué es una linotipia, que no tiene Google a mano. Y un veterano de la era linotipística me alarga su diestra solidaria.)
Erin, la más joven, especializada en cáncer, insiste que no importan los adornos; que buen periodismo es buen periodismo y punto. Me hace feliz.
Si no hubiera venido, no habría tenido esta experiencia. Me he sumergido en una atmósfera donde lo que yo he visto como futuro, ya se da por descontado. Y lo fundamental, permanece.
¿Les gustaría repetir este panel en Chile?, les pregunto a las cuatro. Afirmativo.
Salgo al sol. Lo que veo me vuelve a distraer de la conferencia. Es verano, nunca oscurece, todo brilla, como los cabellos.