El intercambio epistolar a partir de la
columna de Axel Kaiser representa una interesante oportunidad para recordar una vez más cuál es la discusión de fondo en torno al conflicto educacional. Más allá de ideologismos, el debate es si entenderemos la educación como un bien de consumo de retorno individual, o si será un derecho social básico, haciéndonos cargo de que el Chile que construimos difiere bastante de acuerdo a la decisión adoptada.
En Chile, durante las últimas décadas se ha impuesto sin contrapeso la primera forma de entender la educación. Las consecuencias de esto han sido ampliamente conocidas, expresadas en algunos galardones de dudoso honor, como el de ser uno de los países con mayor gasto privado en educación de la OCDE, y la segunda nación con mayor segregación socioeconómica en un sistema educativo.
Ni hablar de los escandalosos niveles de endeudamiento por gasto educacional, que incluso han llevado a una entidad como el CEP a concluir que a dos de cada cinco estudiantes les habría convenido más entrar directamente al mercado del trabajo que pasar por la educación superior.
En fin, la enumeración de las nefastas consecuencias de la educación entendida de esta manera podría ser eterna. Pero resulta más interesante pensar en cómo podría ser la educación si fuese concebida como un derecho, que no esté mediado por el dinero.
Aspiramos a una educación en donde la "libertad de elegir" sea una realidad para todas las familias chilenas, y no solo para unas pocas con muchos recursos. Donde cada peso que transita se vaya a potenciar la calidad, financiada por la sociedad en su conjunto, especialmente por los sectores más acomodados, a través de impuestos que realmente se correspondan con sus ingresos.
Soñamos también con una educación realmente formadora de ciudadanía, donde el hijo de un trabajador y el de un empresario puedan entenderse como iguales, aprender a tomar decisiones considerando cómo le afectan al otro que es distinto. Una educación garantizada, donde ningún cambio de formulario o requintilización pueda poner en jaque nuestra posibilidad de estudiar.
En una educación así, vale mucho la pena para una sociedad democrática invertir recursos y energías. La formación de técnicos y profesionales de avanzada beneficia a toda la sociedad, lo mismo una investigación y extensión verdaderamente orientadas hacia las necesidades del país y no hacia la búsqueda compulsiva de ganancia de instituciones como la banca o el retail.
Por todo lo ya enunciado, la gratuidad es clave, pero tampoco es en sí misma condición suficiente para la plena realización de la educación como un derecho. No puede concebirse la gratuidad de manera separada a la construcción de un Proyecto Nacional de Educación, hegemónicamente público en su composición, su orientación, y su función hacia los estudiantes y hacia la sociedad. Estas son las convicciones profundas que subyacen a nuestra movilización, frente a un sistema que nos ha segregado, endeudado y mal educado.
Qué poco comprenden esta realidad algunas candidaturas presidenciales, según las cuales nos movilizamos porque estamos demasiado contentos, gozando del "desarrollo". Su pasmosa incapacidad de comprensión es expresiva de una pequeña élite encerrada en sus datos macroeconómicos, que niega hasta el absurdo las contradicciones económicas que están en el origen del movimiento estudiantil.
Pero igual de lejos están aquellas opciones que replican nuestras consignas pero adaptan su contenido a los márgenes del actual modelo. Nos dicen que "fin al lucro" es más bien "fin al lucro con recursos públicos", y creen que gratuidad es simplemente no endeudarse y por tanto puede significar subsidio a la demanda o impuestos posteriores. Y nos dicen que desde el mismo 2014 impulsarán estas reformas, pero los hechos nos muestran que ni siquiera son capaces de que sus propios partidos políticos rechacen una agenda legislativa que apunta en dirección opuesta, o que de una vez por todas castiguen a sus militantes que ilegalmente se han enriquecido con el lucro en las universidades.
Nuestro movimiento no necesita intérpretes ni traductores. Sabemos que los desafíos y los ofertones propios de un año electoral nos imponen el desafío de movilizarnos el doble, conscientes de que la lucha es larga, y la única forma en que podemos hacernos valer en el debate público es mirando con nuestros propios ojos y hablando con nuestras propias palabras.
Andrés FielbaumPresidente FECh