El apoyo brindado por el Partido Comunista a Michelle Bachelet se ha prestado para que se vuelva a levantar la amenaza de "los comunistas". Como en la Guerra Fría, como en la dictadura, cuando el mundo estaba dividido en dos campos, el "capitalista" y el "comunista". Su batalla se extendía a todos los confines del planeta, en el plano político, militar e ideológico. De ahí que la generación que protagonizó el siglo XX viviera con la mención a "los comunistas" pegada a sus oídos, ya sea como fuente de aprensión o de iluminación.
En Chile, el ideal comunista fue destrozado en 1973, con el golpe militar. En el resto del mundo ocurrió algunos años después, aunque nunca tan violentamente. La caída del muro de Berlín, la pulverización de la Unión Soviética, el enfilamiento de China y de Rusia hacia el capitalismo, y la virtual desaparición de los poderosos partidos comunistas de los países de la Europa Occidental, fueron la prueba de ello. Lo mismo sucedió en Latinoamérica, donde solo Cuba ha logrado sostenerse, aunque ocupada más en sobrevivir como museo viviente de lo que fueron las pasiones del siglo XX, que en proyectarse como una utopía inspiradora.
El Partido Comunista chileno era en 1973 uno de los más poderosos de Occidente. Tenía parlamentarios, periódicos, radios. Poseía una gran influencia en el mundo científico, académico, artístico e intelectual. Era clave en el campo sindical, tanto urbano como rural. Fue el principal soporte político de Salvador Allende y de su proyecto de avanzar al socialismo gradualmente, por un camino institucional, democrático. Fue, también, el más duro opositor a una vía revolucionaria y armada, por la que abogaba una parte del Partido Socialista y grupos izquierdistas menores respaldados por Cuba.
Los comunistas fueron el primer blanco de la represión del régimen militar. No obstante, ellos no abandonaron su línea histórica. Condenaron duramente al "militarismo" y al "ultraizquierdismo", culpándolos de haber precipitado el golpe. Continuaron argumentando a favor de un entendimiento con la Democracia Cristiana para un retorno pacífico a la democracia. Este espíritu quedó revelado en un hecho cargado de simbolismo: la negociación que le permitió en diciembre de 1976 canjear la liberación de su secretario general, Luis Corvalán, por el disidente soviético Vladimir Bukovsky.
La estrategia del PC chileno dio un vuelco en 1980. Ese año proclamó la legitimidad de "todas las formas de lucha" para terminar con la dictadura. Equivalía a plegarse a las tesis que siempre había combatido, y justo cuando las cosas comenzaban a marchar mejor para la oposición a Pinochet. Todo indica que ese giro fue dictado por la URSS, de la que dependía totalmente, acosada por los alzamientos de los sindicatos en Polonia, de los eurocomunistas en Europa y de los muyaidines en Afganistán.
La estrategia armada fracasó. Muchos fueron muertos o encarcelados. No pudieron evitar que la oposición se incorporase a la "democracia de Pinochet" para derrotarlo en el plebiscito de 1988. Vino la transición y no encontraron un lugar en ella. Pero lentamente fueron conquistando posiciones de liderazgo en los movimientos sindical y estudiantil. Gracias a la Concertación volvieron al Congreso y a los municipios. Ahora desearían ser parte de un futuro gobierno. Los comunistas, en suma, retomaron su estrategia histórica, de la mano de quien fuera su jefe militar, el diputado Teillier.
El regreso pleno de los comunistas a la arena democrática no es una amenaza. Al revés, es un signo positivo para una sociedad que necesita institucionalizar sus conflictos. Y así lo entienden, estoy seguro, las generaciones que no giran en torno a los traumas del pasado.