Simin (Leila Hatami) quiere dejar Irán para ofrecerle un mejor destino a su hija Termeh (Sarina Farhadi). Nader (Payman Maadi) ha estado de acuerdo, pero ahora siente el deber de quedarse para cuidar a su padre, enfermo de alzheimer. El inicio de esta película es un prolongado plano donde ambos discuten frente al juez. El juez no se ve nunca. Simin y Nader hablan ante sus ojos, que son los nuestros. El juez somos los espectadores.
Simin se marcha a la casa de su madre. La hija, Termeh, decide quedarse con Nader. Ambos deben cuidar al enfermo, con la ayuda de una nueva empleada, Razieh (Sareh Bayat), que asiste con su hija pequeña Somayeh (Kimia Hosseini). Esta mujer no puede revelar a su esposo nada de su trabajo, porque atender a un hombre solo contraría las leyes islámicas. Al tercer día, la precaria situación estalla. Razieh abandona por unas horas al veterano y Nader la despide con fuerza, acusándola de incumplimiento y robo.
Entonces la película gira hacia otra dirección. Razieh aborta y culpa a Nader de haberla empujado por la escalera. El marido de Razieh, Hobjat (Shahab Hosseini), un desempleado abrumado por las deudas, exige que Nader sea acusado por homicidio. Lo que sigue es un prolongado juicio donde intervienen maestras, vecinas y la propia Simin, que regresa para apaciguar la confrontación. El procedimiento lo lleva un magistrado que hace de investigador y acusador, en una pequeña sala donde las partes se increpan cara a cara.
El título occidental de esta película es equívoco. La separación de Nader y Simin es sólo el detonante de una historia más amplia, narrada con una crispación que se traslada de plano en plano, de situación en situación. Más que de la separación, es una historia acerca de la aspiración a ser justos en un marco de normas muy severas, donde cada personaje trata de cumplir con lo que entiende que es su deber y nunca lo logra del todo. Nadie es muy bueno, nadie es muy malo, no hay victoria ni derrota perfecta: todos creen proteger un bien superior mientras sufren la colisión entre la norma y la conciencia. En un golpe maestro, cerca del final, Una separación sintetiza su conflicto con las miradas cruzadas entre las dos niñas, que con sus testimonios ya han dejado de ser inocentes; la mundanidad del mundo ha venido a hacerse presente en ellas.
Como sus propios personajes, Una separación incurre en las omisiones y las dobles versiones que obstruyen la idea de lo justo. Somos jueces de algo que se nos escapa y el final incierto es un testimonio estridente -incluso algo exagerado- de esa impotencia. Aun así, su tensión, su nervio fílmico -todo en planos cercanos, cámara en mano, encuadres exactos-, su capacidad para ponernos en problemas a partir de hechos mínimos son parte de su gracia. Farhadi no es tan grande como Kiarostami, pero confirma que el cine iraní y quizás el mismo Irán son mucho más de lo que Occidente quiere creer.
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JODAEIYE NADER AZ SIMIN.Dirección: Asghar Farhadi. Con: Payman Maadi, Leila Hatami, Sareh Bayat, Shahab Hosseini, Sarina Farhadi. 123 minutos.