El lunes 13 de mayo coincidí con Arturo Fontaine en Valparaíso, en el lanzamiento de un libro de Valentín Letelier (intelectual de los albores del siglo XX), "El Estado y la educación nacional". En la mesa estaba también Gabriel Boric, ex presidente de la FECh, uno de los líderes más emblemáticos del movimiento estudiantil de estos años. Me impresionó ver a un destacado intelectual de la centroderecha dialogando a nivel de ideas con un dirigente estudiantil de la izquierda "autónoma". Ambos discreparon en varios puntos (algunos de fondo) en la lectura del libro, pero coincidieron con la afirmación de Letelier de que "en todas partes donde la educación es descuidada, el Estado tiene que sufrir rudos golpes".
Fontaine no pertenece a la legión de los técnicos e ideólogos que han monopolizado hasta ahora el debate sobre educación. Reúne todas las cualidades del intelectual de un tiempo (el de Valentín Letelier) en que no había contradicción entre una vocación por la literatura y la filosofía y una vocación por la política en un sentido amplio (pienso en un Andrés Bello). Quienes escuchamos su presentación, agradecimos los matices que aportó a una discusión hoy empobrecida por los sesgos de trinchera, pero al mismo tiempo su claridad y coraje a la hora de afirmar que cuando el lucro se interpone, no puede haber educación de calidad.
Fontaine es tal vez el único intelectual de la centroderecha que no ha traicionado a sus tatarabuelos liberales del siglo XIX, campeones de lo público y la educación pública. Tal vez porque estudió en la Universidad de Chile, tal vez porque, como buen lector de Aristóteles, sabe que este, en el libro VIII de la "Política", plantea que la educación debe ser pública y no privada, única e igual para todos. Fontaine no cree -con el maestro griego- que toda la educación tenga que ser pública, pero sí que esta debe ser un pilar de la república.
Al volver a Santiago el martes, me enteré de que se le había pedido a Fontaine la renuncia a la dirección del CEP. ¿Qué puede justificar la intempestiva manera en que se le hizo saber esa decisión? ¿Se está sacrificando a un intelectual del peso de Fontaine para cobrar alguna cuenta o para castigar su libertad e independencia? El que se le aleje de la dirección de un centro que es el responsable de la más importante y legitimada encuesta política, en plenos tiempos de elecciones, revela que estamos ante una operación mayor, que va más allá de una mera petición de renuncia. Cuando los países se polarizan, el pensamiento intelectual, que aporta los matices a la discusión pública, comienza a ser el convidado de piedra.
No puedo dejar de pensar en el gran Jorge Millas, quien tuvo que enfrentar en la década de 1970 a los reductivismos de una izquierda radical, primero, y luego a la intervención militar, para defender la esencia de la universidad en peligro.
Y aunque no parezca extrapolable, también pensé en Bielsa.
Porque, ¿qué puede explicar que se pueda sacar al mejor de la dirección de un proyecto sino "el peso de la noche" en su versión más negativa y fáctica? Todo apunta a que hay quienes quieren que el CEP deje de ser un lugar de diálogo y pensamiento libre (el sello que le dio con tanta visión Fontaine), para convertirse en una trinchera de intereses ideológicos y dogmas economicistas que tanto daño le han hecho a la cultura y a la educación pública, "la obra más genuinamente chilena y patriótica del Estado", según Valentín Letelier.
La salida de Fontaine del CEP es la primera señal de que en sectores incluso sensatos de la derecha se está imponiendo una mirada paranoica del escenario político del país, y que algunos se están preparando para una batalla ideológica, en la que no caben los matices ni el diálogo. Ahí campean no las ideas, sino la campaña del terror; no la reflexión, sino el actuar reactivo, que tanto daño hicieron al país décadas atrás. Y en ese fatal escenario, hombres "puente" como Fontaine sobran y estorban.